27.10.11

Age quod agis (2)

Haz bien lo que haces, trabaja con fidelidad en mi viña;
Yo seré tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira,
calla, ora, sufre varonilmente la contradicción:
la vida eterna bien vale todo eso,
y es digna de mayores combates todavía.
T. Kempis, Imitatio Christi, cap. 47, #3

n mi escuela el método de escritura era el Campanillas y creo que ahora ya no existe más que para los coleccionistas y sí resiste  el  método Rubio, que creo que además se emplea para rehabilitarse de determinadas enfermedades degenerativas. Pero el papel pautado sigue siendo la constante, supongo que para imponer la regularidad y el aplomo. Ya no se ven falsillas, que eran unas hojas pautadas que se usaban debajo de la hoja de escritura para guiarla y que no saliera ascendiente o descendiente. Yo recuerdo haberlas visto aún en la Facultad de Filología, hace unos 25 años. Las vendían cuando ya no se vendían palilleros y sin embargo ahora que vuelven a venderse palilleros ya no se venden falsillas. Otro clásico del material de escritura era el papel secante, que en "mi época" era de color rosa pero sin publicidad, cuando hubo anteriormente muchos que sí la llevaban. Aunque las tintas de estilográfica que hoy en día se usan secan rápido el secante ha persistido pero como objeto de escritorio, de la misma manera que aún vemos algún abrecartas con su lupa a juego. 
De todo cuanto hemos dicho sólo los abrecartas pervivirán en alguna novela negra o en la forma de cutter o de souvenir (para tener una miniatura de espada toledana de adorno), pero me temo que todo lo demás irá desapareciendo y que hasta los clipes y tal vez los post-its pasarán a mejor vida. Y sin embargo los lápices, las plumas, etc. yo diría que resistirán, porque por poco que escribamos siempre habrá algo que escribir, y ahora -si no lo pienso mucho- me resulta inconcebible anotar en el móvil algo que puedo tener apuntado en mi libretita de notas Regina y que luego puedo recordar de un vistazo, como lo haría un lector de códigos qr pero con la sensación añadida de la tangibilidad y la intimidad, de poder incluso revivir cómo me encontraba cuando anoté una determinada frase. Esas libretitas de piel llevan unos recambios de 6x10 cm y no tendrán más de 30 páginas, pero a pesar de todo me duran más de un año y por eso los guardo. Serían como los renglones torcidos, aunque yo (si se me permite la jactancia) apenas he tenido que usar falsillas. Otra cosa no escribo de mi puño y letra, no siendo algo en la agenda del trabajo, algún apunte al margen de un texto, casi nada. 
Por mi trabajo precisamente tengo que visitar infinidad de páginas web a diario y aún no he visto ni una sola, y las vengo visitando desde el año 1997, que me inspire la emoción estética que sí he sentido con algunos libros editados de acuerdo con la excelencia tipográfica y otras. Y estoy hablando no de coffee table books o object books, no, no, hablo de libros normalitos, de texto y tira que te vas. Es bien cierto que se ha perdido oficio y que cualquiera se dedica a eso que se ha dado en llamar "diseño gráfico", sin las nociones que se consideraban fundamentales no hace tanto. Y así tenemos webs que son auténticos aparatos de pinball (aquellas máquinas con bolas de acero, islas, luces intermitentes y premios especiales). Y debo añadir que aparte de que no me inspiran ninguna emoción estética que no sea adversa o de fastidio, me fatigan la vista y me hacen la navegación una tortura china alambicadísima sobre un catafalco lleno de pinchos y no sobre una autopista de la información. El padre de la usabilidad internáutica, Jacob Nielsen, creo que está perfectamente ignorado en la mayoría de las plataformas que tengo que manejar a diario. La sencillez no es fácil y además los aficionados siempre querrán hacer ostentación de su arsenal de colores, pop-ups, menús, submenús, atajos, ventanitas, y todo aquello. Es como esas viejas que cuando van al baile se ponen todo lo que tienen en el joyero.
Hoy en el álbum incluyo una muestra de caligrafía turca. Que yo sepa sólo los calígrafos islámicos de Turquía han empleado hojas desecadas y sobredoradas para sus trabajos. El calado de la hoja se hacía con una aguja finísima hasta dejar las nerviaciones al aire y la técnica de escritura es como la del estarcido o stencil, al parecer, pero no puedo asegurarlo. Es decir, se hace un molde y luego sobre ese molde se sobredora con pan de oro. La hoja de hoy, obtusa, no sé a qué especie corresponde, pero es cuestión de tiempo. Parece de tabaco. La frase que está inscrita dice: "la industria está cerca de la devoción". Sería equivalente al "Ora et labora" de la Regla de San Benito. Los islámicos muy a menudo recurren a frases como "Allah es sabio" o "Allah es perfecto", para  justificar las imperfecciones que pueda tener su trabajo, como si pretender la perfección fuera impío. En cualquier caso no consta un artista. Aún así la frase dorada cobra para mí nuevo valor. Si confirmamos que es una hoja de tabaco, también la labor nos recuerda que hubo un tiempo que no se fumaba a lo tonto, impulsivamente o compulsivamente.

Una vez me regalaron un punto de libro confeccionado con pétalos de flor que cultivan las monjas benedictinas de un monasterio de aquí de Cataluña. Son de flores de su jardín y huerto y cuando cuidan de ellas hacen oración. Hay que recordar de vez en cuando que, al menos para los católicos, no sé para las demás religiones, orar no es lo mismo que rezar. Rezar es repetir una plegaria que ya existe, cosa que incluso se puede hacer supersticiosamente y atendiendo a sentires mágicos y de hechicería. Orar implica disponibilidad, quietud, que no pasividad, y en general es todo lo que yo sé explicar es que es dar gloria a Dios. Si se ora y se trabaja ya es la leche. Por eso decía mi abuela, que nunca dijo otra palabrota: "Del trabajo la virtud y del vicio la putería".  Me permito incluir esta frase, que creo que aún no estaba en internet, pero que faltaba.

Islamic Calligraphy 1450-1925 

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