21.12.11

Hijos de vecino

na de las condiciones que ineludiblemente se encuentran los constructores en Barcelona es la de su orografía, sobre todo porque los arquitectos y los albañiles le han ganado terreno a la sierra y a las colinas y se ha edificado sobre solares imposibles. Ya dije una vez en algún lugar del extinto blog enciclopédico *A la flor del berro que los desniveles se salvaban con mayor o menor acierto pero que en mi opinión los edificios lucen mejor sobre un plano horizontal. Sobre todo si son de líneas rectas. Como además últimamente los bloques de pisos no llevan tiendas o llevan muy pocas, a favor de los garajes, esas puertas metálicas levadizas que los abren yo diría (siendo lo más objetiva que puedo ser) que son horrorosas. Luego no falta el graffitero que contribuye al feísmo definitivo cuando firma tres mil veces con un aerosol cargado de pintura, cosa que si bien lo miramos nada tiene que ver con los murales de arte urbano, los stencils y algunas pintadas que hay hermosísimas por las calles. El graffiti de rúbricas es, perdonen, como una meada para marcar el territorio. Solo que las meadas se pueden limpiar mejor.
La otra condición de esta ciudad es la proliferación de mobiliario urbano. Una es más bien zen, por lo que pueden ver no ya por el Wuanyu de ayer sino por el propio aspecto de esta bitácora, que intenta no recargarse demasiado. Una calle, por estrecha que sea tiene que soportar las papeleras, los postes, algún buzón, los parquímetros, alguna bicicleta, motos. Si la calle es un poco más amplia o nos vamos a un bulevar, además de los sufridos árboles nos encontraremos con las marquesinas de los autobuses, los caminitos de caucho que les han puesto a los invidentes, los pirulís, las cabinas y los postes telefónicos, el carril bici, los ciclistas que van por donde les parece, las terrazas contributivas de los bares y esas familias que caminan como un solo hombre en formación cerrada barrando el paso. Por cierto, el olor que sale de las papeleras, por las cacas de los perros,  revuelve hasta la primera papilla. Cuanto más ancha es la vía, más posibilidades tiene de que se instalen en ella ferias y otros eventos temporales lucrativos o festivos, además del top manta. Eso por no decir nada de cuando miramos hacia arriba y vemos los tejados acribillados de antenas y las torres de alta tensión en Collserola
El domingo cual no sería mi sorpresa cuando vi que en el Moll Vell, donde el año pasado había además de los embarcaderos acribillados toda la parafernalia de la World Race, no había nada. Nada no, estaba el mar. Estaba todo despejado. 



Se podía ver lo que se deja apreciar en la foto hecha con el móvil, todo el embarcadero desalojado, con la mar al aire, el circo Raluy (*) y la basílica de la Merced, y menos la Capitanía General. Las dársenas de la Zona Franca, que no las puede transitar todo hijo de vecino, son más desahogadas y amplias. Se dejan ver desde la cercana montaña de Montjuïc, el morro que queda por Miramar y los jardines de Costa i Llobera. Yo pude entrar una sola vez porque estaba allí anclado el barco en el que navegaba mi primo Jesús. Marina mercante. El puerto de Hamburgo, que es donde él vivió cuando vivía, es tan grande que yo diría que se puede estar un día andando y no darlo por visto. Enorme.

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(*) La letra capital de hoy es precisamente de uno de los carromatos de Circo Raluy, que suele sentar sus reales por estas fechas cada Navidad y espero que por muchos años.