24.12.11

Casa, cosa, caso

ara jaleo el que se ha organizado con el caso de Laia Martín en Gerona. Aunque "La Vanguardia" habla de que la estudiante de piano ha sido denunciada por practicar en su casa y el fiscal pide 7 años de prisión, así dicho de forma tan simplificada, nos llevamos por delante varios agravantes: que "practicaba", esto es, ensayaba, prácticamente todo el día (de 9 a 1 y de 2 a 6) y a diario, que desde el año 2004 si no me equivoco, la familia había sido requerida para insonorizar su domicilio, en Puigcerdà. Por esta razón un caso que podría ser de mera "contaminación acústica" se tiene que solucionar por vía penal, debido a que se desoyeron las amonestaciones ordinarias y se produjeron supuestamente "lesiones psíquicas" en la vecina de la denuncia, entre las que la más abrumadora es un estado de ansiedad ya instaurado. El abogado de los Martín es del gabinete Roca i Junyent, uno de los mejores de Cataluña, cosa que nos permite justificar el vuelco que ha adquirido el caso, favorable a la intérprete. El fiscal también pedía la inhabilitación de Laia Martín durante 4 años, cosa que es la que en general todo el mundo está de acuerdo en que es una petición más que desproporcionada, descabellada e irracional. Lo de los 7 años de cárcel se puede conmutar por otro tipo de rehabilitación. Pero esta joven no puede ir por el mundo haciendo lo que le da la gana impunemente. Sobre todo porque hay alternativas.
España suele ser la primera en proezas como el mayor consumo mundial de cocaína y en cuestiones parecidas. También está en los primeros puestos del ruído. Por no decir que el tono medio cuando la gente habla es fortissimo. Como la alegría está asociada al alboroto y a la bulla, la contaminación acústica goza de una tolerancia que viene a sumarse al prestigio del piano como instrumento musical supremo y de talentos descomunales. Hay países en los que está prohibido poner la lavadora en domingo o en los que hay comunidades de propietarios que no aceptan niños, cosa que tampoco es nuestro ideal.  Sin embargo, esta inmunidad de las familias ruidosas, de quienes lo mejor que se puede decir es que les importa un comino el bienestar de los vecinos, no merece ni la menor transigencia. Es igual que la gente más primitiva haga sonar una vuvuzela porque su equipo favorito ha metido un gol, que si la niña tiene talento para tocar el vals del minuto en 59 segundos. 
Un compañero de trabajo al que hace años que no veo pero de quien siempre recordaré que tenía los nervios de acero, como las cuerdas de un piano, hizo el servicio militar en un GOE (Grupos de Operaciones Especiales). Un día me explicó que los entrenaban para padecer tormentos acústicos. Los dejaban horas encerrados con grabaciones entre las que la peor no era el llanto estruendoso de un bebé. Y eso venía a cuento porque acababa de nacerle una hija y porque aquellas navidades soportamos varios tardes un disco con villancicos de los Pitufos (de 3 a 10 de la noche). Pero siempre hay cosas peores. Y como en otros casos, cuanto más se repite una molestia, más se intensifica su intolerancia.
Ya tenemos que aguantar en esta vida engorros e incordios que son inevitables, ineludibles, como para transigir con los gilipollas de la música, sea un piano de cola o el loro de un rapper.
Permítanme que les diga lo que yo hubiera hecho en el caso de la vecina de Puigcerdà. Me hubiera comprado una batería o un trombón, o unos cuantos discos de tambores africanos, que los hay. O no, mejor siempre el mismo. Estaba pensando en la entradilla de una boda zulú con el equipo de música a tope. Les aseguro que funciona y no como venganza, es que entran en razones.

Post amparado por una licencia SafeCreative #1112240801923 2022: 2212162883492