23.1.12

Los días libres

a imagen de hoy corresponde a una fotografía de Weegee del año 1940 que representa una muchedumbre de neoyorquinos en su día libre, en Coney Island. Esta playa de Long Island en Brooklyn tuvo su momento álgido antes de la Segunda Guerra Mundial. La famosa foto de Andreas Feininger ("Coney Island, July 4th") que aquí incorporamos hace tiempo es posterior, de 1949, cuando aún la multitud no había abandonado este lugar de recreo. Inspirados en Weegee (Arthur H. Fellig) el año 1992 hicieron una película de cine negro que se tituló "El ojo público" (Howard Franklin). Parece que muchas de las fotografías que aparecen en la película fueron de Weegee y que es verdadero que este fotógrafo se acercaba siempre al lugar del crimen sino antes no mucho después que la propia policía y esto era por sus conexiones o bien porque tenía una radio conectada en su Chevrolet a la de los agentes. En la película también hay una escena que muestra que tenía un pequeño laboratorio de revelado en la parte de atrás del coche, detalle que nos indica por lo menos dos cosas: que se pasaba el día en la calle y que vivía para su trabajo.
Parece increíble que la gente encontrara diversión en tamaña concentración de personas, pero parece que era así y solo nos cabe pensar que no estaba siempre tan lleno. Cruceros como el que comentábamos el otro día, el  "Costa Concordia", que son hordas flotantes que van a la deriva entre puntos turísticos a su vez saturados de visitantes, son otro exponente del mismo tema. Oceana elaboró un informe sobre la contaminación producida por los cruceros estos:
"Se calcula que un buque crucero con capacidad para unos 2.000- 3.000 pasajeros puede llegar a generar cada día cerca de 1.000 toneladas de residuos que se dividen de la siguiente manera:
  • 550.000-800.000 litros de aguas grises 
  • 100.000-115.000 litros de aguas negras 
  • 13.500-26.000 litros de aguas oleosas de sentinas 
  • 7.000-10.500 kilos de basura y residuos sólidos 
  • 60-130 kilos de residuos tóxicos"
Aparte de los aspectos que se tratan a fondo en el informe, solo justificados en que en aguas internacionales hay una manga ancha formidable, podría añadirse que estos barcos son más feos que la madre que me parió. De hecho incluso atentan contra aspectos de la seguridad porque tienen mucha cubierta y poco calado y eso se debe a que el pasaje siempre prefiere tener su camarote en la superficie. El hecho de que los precios de cruceros por las mismas latitudes  puedan oscilar entre 500 y 5000 euros como si tal cosa, a mí me indica un margen donde juega además de la seguridad, los extras, el qué dirán, el derecho a cenar con el capitán Tan y otras minucias de la animación turística. 
Cuando una horda desembarca en Barcelona para ir a la Sagrada Familia y todo aquello, les espera un contingente no pequeño de carteristas que hacen su agosto, su septiembre y hasta su abril. De rebote, ya que están allí, por ejemplo en los accesos al funicular a Monjuïc, le roban hasta a los que no son turistas. Pero todo, aunque sea a la larga, forma parte de la diversión y esa necesidad de aventura que es constitutiva de los seres humanos pero que hemos derivado al turismo. Aparte de por la libertad es difícil distinguir un campo de refugiados de una playa abarrotada.
Ya ni los gitanos son nómadas. Las colonias más señeras de Barcelona, en barrios que lo son, muestran cada vez más gordos orondos y los cementerios están llenos de panteones evangelistas con sus palomas y sus chinoiséries y sus flores de plástico amarillo fluorescente, como si se hubiera trasladado desde sus hermosos carromatos a estos minifundios funerarios todo el arte de un pueblo que nunca tuvo propiedades ni casi nunca ha dejado nada escrito.


Arthur H. Fellig, "Weegee". Crow at Coney Island (1940)
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