19.1.12

Los invisibles

A mi tía Mª Dolores, coja pero buena ("No hay cojo bueno")
A Hernán J. González, bloguero que lo es, argentino

Durante  mucho tiempo, cuando yo trabajaba -muchas horas, por cierto- en el Hospital de Bellvitge, era raro que viera un niño. Y cuando veía un niño no me sorprendía menos que si hubiera visto un cerdo volando. Y es que en el Hospital donde trabajé cosa de 20-21 años y aprendí tanto no había ni Pediatría ni Obstetricia. Recuerdo que sin embargo llegaron a haber dos pediatras y que incluso una de ellas llegó a explicarme la razón de que estuvieran allí, tal vez por las enfermedades familiares, pero no lo recuerdo. También recuerdo que alguna vez llegó alguna parturienta despistada, pero se encauzaba a toda prisa al Hospital San Juan de Dios, si no me equivoco. Veía poquísimos niños, pero había.
Eso es lo más parecido a lo que siento ahora cuando sé que hay en España más de cinco millones de parados y veo las calles más vacías de los normal pero pienso que están como escondidos. Lógicamente, si paso por alguna de las oficinas de empleo o por algún comedor social, veo una multitud elocuente. O una elocuente multitud. También distingo hombres de origen centroamericano en edad de trabajar jugando al futbolín en los bares, por la mañana. Y no es un mero descanso. Pero la verdad es que pienso que el grueso de los neodesempleados y los que están en situación de pobreza están en gran parte escondidos. Como también están escondidos los mutilados deformes, los deformes en general o los seres que nacieron mal y  que padecen otras calamidades físicas o psíquicas. El hecho de que no veamos hombres, mujeres o niños con hidrocefalia no quiere decir que no haya, y muchos, sino simplemente que salen poquísimo a la calle, el lugar que más me gusta del mundo, creo. Pero, claro, si vamos al Cottolengo, que es como se llama aquí en la Barcelona europea al Cottolengo del Padre Alegre, que se fundó el año 1932 con cien niños que eran más pobres que las arañas, ahí seguro que hay más de un hidrocéfalo. Ahora todas las teratogenias tienen su nombre y están perfectamente diagnosticadas, pero cuando se abrió el Cottolengo no se sabía tanto.
De algo servirá poderle dar un nombre a cada pena y a cada trastorno, pero en principio el mundo sigue en general estigmatizando a los que perdieron la salud o nunca la tuvieron. A veces era por la excusa del contagio, como les pasó a los enfermos de lepra o de sida. Otras era porque a pesar de los desvelos de Hipócrates y hasta de Jesús de Nazaret, se seguía manteniendo en algún círculo que la enfermedad y la pobreza eran atribuibles a una especie de castigo divino o humano. En cualquier caso, sostengo que hay muchísima gente escondida y que por lo tanto los que callejeamos, los merodeadores, nos llevamos a casa una impresión de la realidad bastante incompleta y demasiado dominada por los impulsos comerciales que lanzan los escaparates, por el tráfico rodado, por las luces duras de la tarde, su resplandor macilento.
La fotografía de hoy obtuvo el primer premio "Contemporary Issues" del World Press Photo de 2009 y su autor, Eugene Richards, la tenía incluida en su serie "War is personal" ("La guerra es personal"), sobre la guerra de Irak. El excombatiente que vemos de espalda, al que le falta la mitad o poco menos del cráneo, está en brazos de su madre, pienso. Vendría siendo como la foto conocida como "Tomoko Uemura y su madre en el baño" (Eugene Smith),  que se puede encontrar en Google fácilmente reproducida miles de veces, a no ser que estos días (con el jaleo que hay en internet por el FBI y la ley antipiratería) ni eso se pueda encontrar. Hasta donde llegan mis conocimientos clínicos, se diría que como el excombatiente no tiene hemisferio izquierdo es bien seguro que no puede hablar, que probablemente tampoco puede entender gran cosa y que como le falta un ojo y todo su sistema nervioso, pues tampoco ve. Por la flaccidez de su cuerpo y los brazos, se diría que tampoco puede andar ni moverse. Hasta ahí puedo entender. Y que está recibiendo activamente y no pasivamente un abrazo, también es lo que yo entiendo. Más allá de la escena evidente estaría el célebre tema que ya se encuentra en un cuadro de Picasso de su época más temprana, el de la ciencia encontrada con la caridad. Porque ese daño, esa supervivencia (contra natura o no) son cosa de la ciencia y de la técnica. Por las armas letales y por quienes defienden la vida hasta límites inexplicables o, mejor dicho, inexplicados. Porque explicación la hay para todo.

Me sabe mal recurrir a esta foto para hablar de los invisibles, entre quienes a veces me siento y no porque me hayan puesto una silla, sino por solidaridad, palabra que emparenta con soledad y con solidez y con sueldo y con sal y con todo.  Y es que la desgracia o es víctima del silencio más hipócrita y supersticioso o es carne de sentimentalistas. Casi que prefiero la primera de las perversiones, como la de Pablo Neruda, que fue capaz de escribir 100 poemas de amor pero que abandonó a su hija porque estaba enferma. Cabrón. Canalla. Los sentimentalistas me dan asco, hasta -como dijo muy claro Dostoievski, en Los hermanos Karamazov- se puede ser sentimental y malo. Y suele ser así. Por lo tanto: prefiero a un Pablo Neruda que a esos que tiran veta del hijo mongólico.
Se verá y se condenará, entre otras cosas, de este pobre blog, que siempre o casi siempre apelo a lo que está bien y lo que está mal, como si fuera un juez. Una jueza. Pero mientras no tenga otras nociones pienso seguir moviéndome en esas, en que el mundo nuestro se mueve entre la ignorancia y la necesidad de saber, entre el mal y el camino de perfección. Ojalá no hubiera ni una sola guerra más. Nunca.

Post registrado en SafeCreative *1201190942203