10.1.12

Más de los mismos

ará 3 años nos reunimos unas amigas del colegio y todas sacaron las gafas para leer la carta que nos trajeron con el menú y los vinos. Todas menos yo, que me acababan de extirpar la tiroides y no tenía gusto. Les extrañó que no usara gafas como ellas y les tuve que decir, "no, si lo que me pasa es que es igual que como jamón de bellota que berberechos". A estas alturas de la presbicia lo que más nos importa es que las gafas se puedan apoyar cómodamente y con seguridad como una diadema en la cabeza, cosa que a los ópticos les irrita bastante. A los ópticos les gusta que les gafas se lleven sobre la nariz. Hay quien se hace directamente unas lentes progresivas pero solo graduadas contra la presbicia, de manera que no hay que quitarlas cuando alquien se digna hablarte o cuando miras a lo lejos con esa cara que se nos ha ido poniendo entre la perplejidad y el fastidio.
Las gafas que uso ahora para leer son lo más parecido a las que se ponía Joan Fontaine en "Sospecha" (Alfred Hitchcock, 1941). Yo no sé de donde vino lo de colocarles y quitarles gafas a las estrellas de cine, aparte de por motivos obviamente ópticos de necesidad. Es decir, igual que hay una escena clásica de cine, que es la de que el malo malísimo le pisotea las gafas al miope y se las deja inservibles, también hay otra escena clásica que es la de la guapa que no ve tres en un burro. Las gafas de sol son un motivo aparte. Ahora lo que me interesan son las lentes graduadas. En "Sospecha" cuando el personaje de Joan Fontaine conoce al personaje de Cary Grant, está leyendo un libro que ostenta el título de Child Psychology, Psicología infantil, cosa que no deja de ser graciosa habida cuenta de que Cary Grant interpreta a un jugador que no le tiene respeto o miedo al dinero. El hedonismo de Johnny contrasta con las sospechas de Lina, que se retroalimentan por la conducta de él. El detalle de las gafas a mi entender no hace más que recordarnos que ella es una lectora asidua y que caen en sus manos muchas novelas de intriga que pueden haber exacerbado su imaginación o que la pueden haber predispuesto a hacer conjeturas. La actuación de Cary Grant, quien siempre tuvo un cierto misterio, contribuye a realzar la sospecha. De hecho, el final nos deja un poco con temor, no tanto con suspicacias. Según leo en la Wikipedia: "Hitchcock, como se recoge en el libro El cine según Hitchcock, planteó un final alternativo: "No me gusta el final de la película, pues tenía otro, distinto al de la novela; cuando al final del film Cary Grant lleva el vaso de leche envenenado [sic], Joan Fontaine estaría escribiendo una carta a su madre: "Querida mamá, estoy desesperadamente enamorada de él, pero no quiero vivir. Va a asesinarme y prefiero morir. Pero creo que la sociedad debería estar protegida contra él." Entonces, Cary Grant le da el vaso de leche y ella dice: "Querido, ¿quieres enviar esta carta a mamá, si no te molesta?" Él dice: "Sí." Ella bebe el vaso de leche y muere. Fundido, encadenado, una escena corta: Cary Grant llega silbando, abre un buzón y echa la carta dentro."

Esta declaración de Alfred Hitchcock nos viene a asegurar por lo tanto de que la leche famosa sí estaba envenenada, de manera que el encanto de esta obra de arte está por lo tanto precisamente en la sospecha, ya que las certezas -aunque también las hay- no nos interesan por su obviedad. Es muy pero que muy interesante el tema de los finales. Lo bonito de las sospechas es cuando no se pueden demostrar.
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El sábado oí en la radio una entrevista que parecía enlatada, a un escritor y guionista famoso. En un momento dado mostró una cierta displicencia hacia la blogosfera, que dijo que estaba llena de opiniones. Creí entrever y hasta ver una cierta arrogancia por parte de este señor, que seguramente no se expresa por opiniones sino por sentencias. Que no le interese la blogosfera me parece más que respetable; a mí tampoco. Con la cara de crápula que se le ha ido poniendo con los años, aunque no tiene tantos o tan pocos como yo, sospecho que no tiene una vida muy ordenada y que por lo tanto la mayor parte de las preocupaciones de los blogueros con toda certeza le resultaran hasta irrisorias y pequeñoburguesas. Por no decir nada de lo que se le antojarán las de las trabajadoras por cuenta ajena premenopáusicas. Lo que no sabe ni creo que quiere saber este buen señor, es que aunque hay muchas opiniones también hay sentimientos, y contra los sentimientos no hay nada -absolutamente nada- que oponer. ¿Quién se piensa este caballero, por otra parte, que lee sus libros y mira las películas en cuyos guiones ha colaborado? 

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