25.7.12

1992-2012

e conmemora estos días los 20 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en el verano de 1992. Viví todo cuanto pude al margen del evento, aunque estuve bien atenta a los cambios que se produjeron en mi ciudad. No ya por el desembarco de 30.000 profesionales del sexo o por todo lo que se desencadenó en el negocio inmobiliario y el dinero negro sino porque supuso un antes y un después en el fenómeno del turismo. Desde el verano de 1992 Barcelona empezó a recibir ostensiblemente un número desmedido de turistas. La medida está en la proporción y en la sostenibilidad.
Para mí ese punto de inflexión entre antes y después lo marcó -como la famosa magdalena de Proust- un tufo de pringue o comida que me encontré en el metro, cuando dos días después de la clausura me acerqué a la Plaza España. Tonta de mí, no calculé que la oferta turística se salía de los plazos, del previo y del posterior, para bajar precios y esponjar el tráfico aéreo. El olor provenía de algo que comía una "afroamericana" en pie, dentro del vagón, en un envase de usar y tirar. 
Tengo que confesarles que la única cuestión que me preocupa de mi vejez, si es que llego, es la de que solo pueda comer cosas de esas elaboradas, envasadas y funcionales, con ese olor que a veces me recibe en el ascensor de mi casa porque lo ocupó un repartidor de pizzas fast-food. No temo la enfermedad, no temo la muerte, no temo la soledad y el abandono, pero temo que llegue el día en que no me sea posible comer una manzana. Por un decir.
Otro efecto que cualquiera pudo observar a partir de la fecha es el gusto por las celebraciones multitudinarias. El alcalde Clos hizo algún intento de revivir el espíritu del voluntariado olímpico y de la mastodóntica ceremonia de la inauguración y demás, y esas marcas ajenas al medallero deportivo se han perseguido en todo acontecimiento urbano. Más allá del populismo buenista, del PIB y de la sostenibilidad del turismo y tantas cosas simplemente me detengo en una imagen que obtuve anteayer en el Paseo de Gracia, el que fue un paseo señorial, con  apenas 2 o 3 bares y un restaurante y contadísimas tiendas, como la extinta Librería Francesa, Santa Eulàlia, Yanko, etcétera. Hace no 20 sino 30 años el Paseo de Gracia era un paseo que unía la parte llamada "alta" de Barcelona -por donde descendían aquellas señoras que los chóferes dejaban en un par de granjas (salones de té) que había en la calle ¿Mallorca?- con la parte que tildaríamos de canalla del Raval y las Ramblas.
El artículo de Wikipedia da buena cuenta de todas las firmas de moda, lujo o sofisticación que tienen sede en el Paseo de Gracia, cuyas tiendas de lujo, al lado de los hoteles, los bancos y los edificios modernistas, configuran y jalonan un paseo por donde ya se hace difícil pasear. Los 2 o tres bares con que contaba hace 30 años se han multiplicado de tal manera y con sus terrazas que lo difícil es no encontrar un lugar donde tomar un café o cualquier otro tentenpié. 
Estuve sentada cosa de 25 minutos en un banco de un cruce a eso de las tres de la tarde y pude ver el espectáculo de riadas de turistas bajando y subiendo por el lado de la Derecha del Ensanche (Dreta del Eixample). Oí hablar en idiomas que no fui capaz de identificar. Vi pasar gentes de todas las razas y sus combinaciones, de todos los sexos y sus combinaciones, de todas las clases sociales. Esas hordas que antes no pasaban de la Plaza de Cataluña ahora han conquistado estas calles y el espacio inmediato, no mucho más allá. Y sin embargo, cuando yo era una niña los turistas apenas pasaban del monumento a Colón, las Golondrinas, las Ramblas y la Catedral, como no fuera par visitar las Fuentes luminosas, la Sagrada Familia y el Tibidabo. 
Déjenme decir que incluso aquello que había sido el principal atractivo de las Ramblas ha desaparecido en gran parte y a determinadas horas, de manera que hay más turistas que otra cosa. No sé qué gracia tendrá ir a un restaurante donde solo hay turistas y hacer una cola de turistas o pasear por un lugar donde casi todos lo son. Tampoco podemos pedir que una ciudad sea otra cosa que la aleje de su rendimiento como masa electoral y consumista ¿O sí?

Letrero del Ministerio de Información y Turismo. Foto de Pérez Siquier (1970). Carteles turísticos españoles 1960-1970

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