10.7.12

Errare humanum ouest

"Cuando un grupo de científicos del CERN en Suiza decide lanzar la WWW, iniciaron usando la red de computadores que poseía el CERN, para alojar lo que hoy se conoce como Internet. Fue en la habitación 404 donde se les permitió colocar la base central de la red, allí un grupo de personas se encargaba de localizar manualmente cualquier archivo solicitado y enviarlo al usuario, todo a través de la red. Sucedía que cuando el archivo no era localizado entonces remitían el mensaje: "Room 404: file not found". Para cuando la Internet se universalizó mantuvo este mensaje de error para cuando un archivo no puede ser encontrado o ha sido borrado." (Error 404, Wikipedia)
No sé si el origen del código "Error 404: file not found" es fiable, aunque se puede decir aquello de que si non è vero è ben trovato. Reproduzco más que nada el párrafo de Wikipedia para oponerlo al chiste de la ilustración y para ilustrar la hipótesis de que los errores son un conjunto cerrado y tienen un número limitado frente a la de que los errores son innumerables y además infinitos. Esto pertenece al estudio de las Matemáticas y de las probabilidades, me temo, campos en los que hace tiempo no he incurrido más que para hacer alguna operación aritmética sencilla.
Seguramente los que saben mucho de errores son los docentes y en general aquellas personas que se proponen trasmitir un conocimiento. Yo he aprendido muchísimo de mis errores y sé que seguiré comentiendo errores, la mayor parte sin consecuencia. Recuerdo cuando codificaba la actividad del quirófano del Hospital en el que trabajé entre el 24 de julio de 1985 y el 31de marzo de 2005, que más de una vez cometí el error de ponerle el código de riñón implantado al trasplante de hígado y viceversa (de ponerle un hígado nuevo al enfermo de riñón). Como digo esto no tenía mayor consecuencia porque mi jefe tenía un tamiz donde detectaba cada mes nuestros errores de codificación y este era un error "sistemático", como se suele decir, mío. Se me podrá disculpar mejor si añado que los códigos eran numéricos y muy parecidos, de cuatro cifras en las que solo variaba la última. Cuando mi jefe no captaba mi error lo captaba la Economista, puesto que es chiquicientas mil veces más oneroso un trasplante de hígado. A veces mientras trabajaba le decía a mi compañera de despacho: "Si llegamos a ir en un avión nos vamos todos al carajo" Y, con todo, al decir de mis jefes siempre, se ve que me equivoco más bien poco. Pero me equivoco.
Luego están los errores que no son sistemáticos o de ligereza sino que surgen porque uno sabe menos de lo que se pensaba o se creía que sabía más, que viene siendo lo mismo. De esos se aprende un montón, pero por mucho que se haga parece que no se llega nunca a aprender del todo, como si a cada paso nos aguardara como una trampa o un espejismo la ocasión de meter la pata o hasta de desengañarse, que eso también proviene de un error o de más de uno.
Una extraña perversión que creo que es específica de los seres humanos es precisamente un rasgo inhumano, el de aguardar que alguien la pifie para echárselo en cara, como si así viera acrecentados sus méritos. En mi escaso conocimiento del mundo he corroborado muchas veces que la gente con más habilidades y capacidad no cae en esa especie de bajeza. Esa pulsión es más bien propia de perezosos y mediocres o de gente que por alguna razón que no se me alcanza se dedican a minar la moral de los demás. Y a veces lo consiguen, pero solo mientras no se les descubre la rutina y simplemente lo único que se puede hacer es tal vez ignorarlos.
Qué bonitos son los errores, sin embargo, cuando nos permiten explorar más nuestro entorno y nuestras posibilidades. Y como decía aquel, sólo se equivoca el que trabaja. A más trabajo, más errores.



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