1.7.12

Victorias pírricas

ictorias claras las hay pero, como también hay victorias aplastantes, pero se diría que abundan las victorias pírricas, desde mucho antes de que el general Pirro dijera aquello de "Otra victoria como esta, y tendré que regresar a Epiro solo". Y de la misma manera que tras  un partido de fútbol se habla mucho de la naturaleza del triunfo, si fue sobrado o regalado o afortunado, también podríamos aplicarnos el cuento a nuestras contiendas o dificultades en la lucha diaria. 
Habrá que decir para empezar y casi se podría decir que para acabar que el éxito es relativo. Una de los conciertos más queridos y escuchados por mí, el de piano Opus 15 de J. Brahms recibió una pitada bochornosa el día de su estreno en Hanóver, que leí el viernes en la Wikipedia que se estrenó el 22 de enero de 1859, si no recuerdo mal. Es bien conocido el vídeo de Joshua Bell, virtuoso violinista que yo no conozco, que estuvo tocando un buen rato en el metro de Washington (L'Enfant Plaza), en enero de 2007, ante la indiferencia de los que por allí pasaban, que no eran pocos. Bell tocó durante una hora con un Stradivarius de 1713 y según el Washington Post lo pudieron oír y ver cosa de 1097 personas, que le dejaron un total de 32 dólares y 17 céntimos. Yo pagué casi unos 80 euros o tal vez más el año 2009 por asistir al Auditori a un concierto de Brahms y una de sus sinfonías. Pero el concierto #1 de piano fue un fracaso en su estreno hasta el punto de que Brahms introdujo algunas modificaciones hasta depurarlo de todo cuanto podía ser depurado y acercarlo al gusto y capricho de la audiencia hanoveriana. También habría que dudar de los elogios, sin duda.
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Aunque cada vez me resulta más fastidioso extender quejas y reclamaciones siempre pondero por encima de todo que no hay que permitir ningún abuso y que el deber y el derecho de denunciar está por encima de la supuesta tranquilidad que da disculpar la mala fe o la ineptitud de quienes dan un mal servicio. Siempre pienso también que a partir del momento en que yo formulo una queja, esa queja queda no en saco roto ni un registro sideral akhásico al que podrán acceder poco más que los videntes y los estereosexuales cuánticos eneagramáticos, sino que llanamente quienes me dieron un mal servicio después de mi queja o reclamación reconsiderarán con más cuidado su quehacer. Se acordarán de lo que les puede caer.
El verano pasado un guía de un tour que contraté se dio a la fuga en pleno Berlín, donde yo apenas podría defenderme con mi sucinto alemán para pedir una cerveza pequeña o dar los buenos días. La queja surtió efecto porque además el operador la haría valer para su propio contencioso con el empleado, por supuesto. El asunto hasta me divertió porque el guía era un actor de Telecinco y porque si en algún sitio sirve mi inglés es precisamente en Alemenia. 
No me divertí pero que nada hace poco cuando tuve que recurrir de nuevo al formato de la reclamación porque un reloj del año 1932 que le confié a un restaurador y que me había apalabrado para finales de abril a principio de junio aún no estaba. Mi reclamación, que solo llegué a esgrimir pero que no hizo falta presentar al Ayuntamiento, se basaba sobre todo en el hecho de que el relojero había faltado repetidas veces a su palabra, incluso tras dos comunicaciones por correo-e. No hace falta incidir en el desasosiego que produce el hecho de que la pieza era antigua, que perteneció a mi abuelo paterno y que el presupuesto no bajaba de 400 euros. Sí que hace falta recalcar, y nunca abundaré lo suficientemente en ello, que la falta a la palabra dada es algo que es inadmisible y que más allá de ser una vergüenza como otra cualquiera fulmina los fundamentos de toda relación comercial. En todo caso mi conducta con cualquier otro reloj hubiera sido otra.
Se comprende que un margen de confianza, una cierta distensión, son favorables a las relaciones humanas (que son casi siempre monetarias o lo acaban siendo). Si dicen "abril" y en "abril" dicen "mayo-junio" y en "mayo-junio" dicen que aún no pueden dar una respuesta terminante "hasta dentro de 15 días" y a los 15 días hay un silencio que no admite más que una interpretación, lo mejor es hacer una reclamación y someterla al trámite de aviso, cosa que toma el cariz de amenaza, la cual a su vez está legitimada cuando no queda otro remedio y -como digo- se trata de un reloj que tiene un valor particular. 
Si concedemos el beneficio de la duda al relojero en cuestión en el mejor de los casos diremos que no tiene aptitudes para las relaciones comerciales, puesto que cuando no puedes cumplir con un plazo dado es bueno explicarlo con toda claridad al cliente y mantenerlo informado. Latente estaba mi preocupación del mercado de piezas antiguas que me imagino hay detrás de todo esto de la restauración de relojes. Especialmente porque el reloj de mi abuelo era norteamericano además de antiguo también sé de la dificultad de conseguir determinados componentes, pero nada justifica el silencio y respuestas erráticas, de un laconismo que inspira no sé si furia o pena. 
Al presentarle al relojero mi reclamación puso de inmediato a mi disposición el reloj, pero como si fuera iniciativa suya y me lo entregó no sin antes hacerme firmar un documento con despliegue de prosopopeya -en contraste con el laconismo de sus comunicaciones por correo-e- en el que en cualquier caso había los elementos para que si más adelante le confiara el reloj a un buen profesional esté al caso de qué se hizo o no se hizo. En ningún caso el documento que firmé para conseguir el reloj de mi abuelo hacía referencia a otra tardanza que la causada por dificultad de la labor. Que se me dispensara de otro pago que el de la paga y señal que había dejado en enero (50€) tenía visos tanto de desprecio o despecho como de temor. Victoria pírrica donde las haya. Porque si no tuve que pagar nada es porque admitía que mi reclamación podía cuando menos perjudicarlo, y eso es porque estaba bien fundada.
Al desgraciado relojero también le advertí de que podía usar este pobre blog para denunciarlo. Por tonto o desgremiado que sea seguro que sabe que un pobre blog puede quedar encima de su pobre web en un buscador. Uno de mis posts más visitados es el del timo de Datatalk. Pero yo no quiero ser quien le perjudique, dar pelos y señales, su nombre infame; prefiero que si alguien le tenga que perjudicar sea él mismo, que lo será si sigue así. Considero que yo he hecho cuanto era mi obligación hacer. Por supuesto si alguien me consulta por su interés personal sobre la probidad de algún determinado establecimiento, en un espacio privado no tendré ningún inconveniente en decirle a quien no debe confiar su reloj.
Por cierto, me encanta la cadena del reloj de Brahms.

Concierto para piano #1 en Re m, op. 15 - 2º mov. Adagio. Johannes Brahms (después de la publicidad)



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