7.9.12

Cobarde, vieja, salvaje



a otras veces he dicho hasta con las mismas palabras que no me gusta nada lo mucho que confundimos vida pública y vida privada. Que la injerencia de lo público en lo privado es corrupción y lo contrario escándalo. Como es natural lo declaro de una forma radical y poniéndome en lo peor por ganar en expresividad, pero todos los tonos que hay entre el blanco nuclear y el negro más rotundo se pierden. Estamos de acuerdo en que no hay que ser tan estrictos como para no saber dejar un resquicio a esos grises, desde el nacarado al marengo que vira a marrón. La vida humana, la vida social, tiene que ser permeable a esas situaciones por donde asoma la picardía, el humor, una cierta ambivalencia que nos haga el cruzado del Mar Rojo y hasta el día a día como algo más abierto a una cierta o incierta ilusión. Pero aunque será bueno introducir en las relaciones por ejemplo comerciales alguna broma sobre el valor del color rosa en la lencería, por un decir, también lo es que no se puede consentir que nadie deje aterrizar en nuestra jornada laboral sus miserias con el endoscopista ni en el andrólogo. Dicho con la mayor claridad: no me interesa saber por cual de los múltiples procedimientos de procreación, gestación y paternidad han llegado los hijos de mis compañeros de trabajo al mundo.  Me preocuparé por no causarles malestar alguno y por allanarles el camino si está de mi mano, pero de ahí a que me cuenten las historias de las suegras va un abismo como el que hay del gris antracita al blanco roto.
Especialmente cuando en lo laboral no nos entendemos con alguien es cuando pienso que es más imperativo preservarse de otras confianzas y no airear las intimidades, echar mano de la buena educación más convencional. Incluso les diría que las confidencias no se deben prodigar entre los amigos verdaderos, al menos de una manera como si dijéramos totalmente desinhibida y por desahogo o higiene.  Pero esa es cuestión que dejo para otro momento porque no me veo ahora con presencia de ánimo para defenderla.
Lo que me interesa ahora es algo de lo que me lamento constantemente. Ya el otro día, creo que era Isabel Gemio (a quien me gustara oír este fin de semana sus reflexiones sobre el vídeo erótico de la concejala Hormigos), se refería al asunto de la restauración del Ecce Homo y a toda la maquinaria de cinismo y banalización que revuelve el engrudo en el que flotan los zurullos con el que nos entretienen la prensa sus prolongaciones, las redes sociales, esa especie de lavaderos públicos inmundos. Que se confunda el cinismo con la fina ironía -que no es que sea mucho mejor- es lo mismo que lo de que se confunda lo público con lo privado, una falta de moralidad y de modalidad, indigencia, irresponsabilidad. Por cierto, alguien me contó ayer tarde que Josep Cuní, que tiene un programa en no sé cual de las teles de Cataluña, emitió el vídeo de Hormigos, que hacía horas que se dice que estaba retirado de Youtube. Y es verdad, lo tienen puesto en el canal, aunque sea indirectamente para denunciar una repercusión insólita de una escena autoerótica de 10 segundos. Cosa que me sitúa a mí también en el aura del cotarro, por supuesto, aunque esté también lamentando el caso.

Mera fotografía registrada en SafeCreative *1209042279477



El 1998  me parece  estuve en un curso de verano en Santander donde conocí a un gran número de extranjeros y expatriados. En una excursión que nos prepararon durante el fin de semana, una de las compañeras estuvo durante todo el trayecto de autocar (San Vicente de la Barquera, Picos de Europa) explicando chistes sobre el accidente fatal de Diana Spencer, Lady Di. Era una andaluza que daba clases de español en Los Ángeles. Yo estaba sentada al lado de una finlandesa, que también daba clases de español pero en Helsinki, y de rabo de ojo observaba si había alguna reacción, ya que como yo tampoco se reía ni sonreía ninguna de las gracias de la filóloga andaluza. Nunca hubiera yo pensado que habían tantos chistes sobre el batacazo contra la famosa columna de París, pero mucho menos que causaran tamaña hilaridad. Aquello parecía no acabarse nunca y cada vez me incomodaba más, aunque soporté el tirón abnegadamente y creo que sin torcer el gesto. Y sin embargo pienso que la finlandesa no se molestó en absoluto, que más bien le era indiferente y que en todo caso iba adquiriendo giros coloquiales del lenguaje. Lo que quiero señalar de toda la escena es precisamente esa actitud, que yo envidio, aunque la envidia no es que sea precisamente honorable.
Lo único bueno del asuntillo del vídeo es que deja un poco liberada la imagen de Angela Merkel, otro objeto de la saña y la procacidad de las hordas tuitinas.


Oh, que cansat estic de la meva
covarda, vella, tan salvatge terra,
i com m'agradaria d'allunyar-me'n,
nord enllà,
on diuen que la gent és neta
i noble, culta, rica, lliure,
desvetllada i feliç!
Aleshores, a la congregació, els germans dirien
desaprovant: "Com l'ocell que deixa el niu,
així l'home que se'n va del seu indret",
mentre jo, ja ben lluny, em riuria
de la llei i de l'antiga saviesa
d'aquest meu àrid poble.
Però no he de seguir mai el meu somni
i em quedaré aquí fins a la mort.
Car sóc també molt covard i salvatge
i estimo a més amb un
desesperat dolor
aquesta meva pobra,
bruta, trista, dissortada pàtria.
Salvador Espriu, Assaig de càntic en el temple, Per a la bona gent (*)
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(*) ¡Oh, qué cansado estoy de mi cobarde, | vieja, tan salvaje tierra, | cómo me gustaría alejarme | hacia el norte, | en donde dicen que la gente es limpia | y nobre, culta, rica y libre, | desvelada y feliz! | Entonces, en la congregación, los hermanos dirían | desaprobando: "Como el pájaro que deja el nido,| así el hombre que deja su paraje",| mientras que, ya muy lejos, me reiría | de la ley y de la sabiduría antigua | del árido pueblo mío. |Pero no he de seguir nunca mi sueño | y aquí me quedaré hasta la muerte. |Pues soy también muy cobarde y salvaje ¡ y, además, quiero | con un desesperado dolor | esta mi pobre, |sucia, triste, desgraciada patria. (Traducción de Enrique Badosa).
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