12.10.12

Pudiendo querer

“—Hay pizza para cenar, La he encargado yo misma 
con el móvil que me regalaste, cielo”.
Oligofrenio Tremebúndez, Psicoquílez

"Nosotros no queremos acabar con los ricos. 
Queremos acabar con los pobres"
(Alfonso Guerra)

Parece que el desfile de la Fiesta nacional quedará con los recortes la Patrulla Águila y poco más, sin tanques. La primera vez que yo supe de la Patrulla Águila fue por unas fiestas de la Merced allá por los noventa. Y lo bonito es que me pillaron por sorpresa. Estaba yo estirada sobre la arena en la Barceloneta y de repente veo  un supermirlo:


Cuando aún no me había repuesto de la sorpresa elevaron el vuelo, hicieron un giro y cuando pasaron a ras del mar se elevaron como una palmera en abanico, tan cerca de mí que si quisiera -que sí- o/y si pudiera -que no- la hubiera hecho mía. Entonces por aquí apenas se les conocía y algún año se les ha sacrificado de la Festa del Cel sea porque el Ayuntamiento no quiso, sea porque no pudo. Si el año pasado a Rajoy el desfile le parecía un "coñazo" [sic] este año, más adelgazado por el recorte de casi la mitad de su presupuesto, le puede resultar o más llevadero o más vistoso. Según.
*
a frase de Divina Ambmi de Psicoquílez nunca la podría hacer mía porque hasta la fecha nunca encargué una pizza ni me regalaron un móvil ¿Habré hecho algo mal? Bueno, una vez me consiguieron mi primer smartphone a muy buen precio y me lo tunearon con todo género de aplicaciones, desde un diccionario de la RAE hasta un transistor, que creo que en propiedad tendríamos que llamar "radio". 
En la cocina estoy poco, pero con el olor que a veces queda en el ascensor cuando han traído una pizza ya tengo más que suficiente. Las vísperas de los fines de semana se ven llegar a eso de las nueve de la noche, la hora en que yo salgo de trabajar del hospital, motoristas con sus pizzas. Deben ser para el personal de guardia, porque yo creo que a los enfermos no se les permite o se supone que no se les debería permitir por su bien. Pero, vaya, ya he visto tantas cosas que no me extrañaría nada. Siempre que puedo me zampo una pizza cappriciosa. Les recuerdo que es aquella que lleva un huevo. Pienso que el nombre lo lleva porque el ejecutante completa la faena ad libitum, en un orden que le dicta el capricho, la ocasión, el día. Luego resulta un plato alegre y solar, como lo es la paella, otra maravilla de la cocina.
Hace cosa de 30 años que cada domingo mi madre hace una paella. A decir verdad algún domingo especialmente frío se ha salido del plan marcado y nos ha hecho caldo. El caldo tiene muy mala prensa desde la llamada "cocina mediterránea", denominación que por más que leo a Pla, que de gastronomía sabía un rato, no encuentro más allá de los años ochenta y eso hacia el final. No sé qué diría del tema Néstor Luján. El caldo es sano si se hace como hay que hacerlo. La secta antilipídica la tiene tomada con el colesterol pero es su problema, un dogma de fe. Es el caldo un plato completito, "combinado", que consuela, que recompone el cuerpo y que está hecho con lo que hasta hace bien poco eran los productos de la economía autosuficiente gallega, sin ningún elemento exótico. Varía mucho de casa a casa, de lo cual no hay que hacer una cuestión de estilo ni un atractivo turístico sino una mención en la que hay que reparar lo justo. Aunque la alta cocina le ha hecho un espacio hay que decir lo mismo que con lo que se comería en muchos restaurantes de autor o con pretensiones: que no hay quien pueda basar en ellos su alimentación, acabaría enfermísimo. La gastronomía molecular o la cocina irónica de Ferran Adrià está muy bien para un día y en esas dosis homeopáticas en que se sirve, pero no cubre las necesidades más elementales que tenemos, aparte de la sorpresa y el humorismo, como serían  saciar apetito, calentar o enfriar el cuerpo, sosegarlo con recuerdos de los sabores familiares, y todas esas cosas a las que tan bien saben apelar los anuncios de pastillas concentradas  de caldo. En las latitudes donde el arroz es un pilar básico, se dice que no es ni yin ni yang, y eso me recuerda a mí que la comida verdaderamente nutritiva regula el querer con el poder. Pero es una teoría que emprendo y abandono, como cualquier teoría, sin más.
Aunque algunos gallegos se han empeñado en introducir el arroz en sus casas y en sus restaurantes, es un elemento aún extraño. Hay gente muy mayor que nunca ha visto un arrozal y se piensa que es de pasta, como los macarrones. Pero más que nada debe de ocurrir como en todo, que hay cosas que no se improvisan y llevan su tiempo. Y sin embargo, a pesar de que a mi propia madre el arroz no le ha salido bien más que un par de veces o tres, cuatro si exageramos, tiene buena mano con la masa. La masa puede ser una obsesión como lo es para los valencianos ese punto del arroz que todos adoramos pero que no todo el mundo sabe encontrar sin que sea por chiripa. No puede ser ni muy fina ni muy gorda, no es bueno que la empape totalmente su contenido ni que esté seca. A mí me gustan los contornos y la conservo en trozos y en posiciones inverosímiles con tal de conseguir que se enjuguen los rincones más recónditos. También me gustan esas marcas hechas palitos de masa con que se llevaban las empanadas a las tahonas, para que no se confundieran con otras. Mi tía Loli cuando yo iba a pasar el verano a Galicia le ponía alguna vez a las empanadas una letra M en caligrafía inglesa en mi honor. No me dirán si eso no es querer y poder.


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