5.5.13

El cabo de año

l día 19 hará un año que una corneja mató a mi canario flauta, Trinidad. En la segunda fotografía se le ve a la semana antes, con 14 años y 3 meses. En la primera con apenas 3 meses. Por algún mecanismo interno de la memoria que desconozco me suelo acordar muy bien de aquello que gustaba a mis difuntos. Mi madrina ante un flan con nata hacía un revoltillo y se lo zampaba en un santiamén. Una costumbre curiosa, donde otros hacen lo imposible para llegar al mismo resultado sin apenas arruinar el moldeado. Como a mí le gustaban mucho las anchoas. Nuestro Trini era granívoro, como es natural, y tuvo una buena temporada que de su mezcla de semillas apenas comía otra cosa que aquellas bolitas negras tan pequeñas. Hay otras de color que no son naturales sino compuestos vitamínicos, pero las bolitas negras creo que eran semillas de colza, ricas en hidratos de carbono y grasas. En pura teoría lo único que hacían era engordarlo, como el cañamón. Alpiste no comía más que a temporadas. La fruta la hacía fermentar, especialmente la manzana. Dejaba la jaula perdida de salpicaduras de manzana que había preparado en la boca y luego cuando se había macerado un poco la buscaba y la comía. Le venía a ser como un chupito de licor. Con razón a veces se le veía en un estado algo letárgico.  Pienso que si el alcohol no era malo para Trini tampoco lo es para nosotros. Uno no puede estar todo el día obedeciendo las modas médicas. ¿Se acuerdan de cuando las sardinas eran malísimas para la salud? Si hasta demonizaron el aceite de oliva, que ahora resulta que es buenísimo... Pero está claro que el alcohol en demasía y como remedio para los nervios es el empezose del acabose.
Como Trini pasó sus últimos años al cuidado de mi madre, también comía melindros, cosa que lo dejó -como también es natural- ciego, por no decir diabético perdido, pero las madres toleran mal que alguien ponga en duda sus métodos, de manera que Trini con los años fue perdiendo la vista y mi madre, cada vez que yo se lo hacía notar, ella le pasaba un tenedor por los barrotes de la jaula. El animalito se incomodaba y corría alterado por las perchas, cosa que le permitía aseverar a mi madre lo espabilado que estaba para estar diabético. Una vez se puso malo creemos que por la lechuga. Estuvo tres días sin comer ni beber, que eso es una barbaridad para un ser que comía de continuo. Ahí empezó a acceder a que se le tocara, supongo que porque no tenía fuerzas para resistirse. Me lo ponía en la palma de la mano y se quedaba aplastado y exánime, como una tortilla francesa. De repente inopinadamente se recuperó y no le volvimos a dar lechuga nunca más. Al principio de su vida se quedaba muy disgustado cuando lo cogía para cortarle con mucho cuidado el final de las uñas, el tejido muerto. Disgustado e indignado. Luego se dejó mansamente.
Podría explicar muchas anécdotas de Trini (cuando se escapó de la jaula, cuando convivió con Gracia y con Maricarmen), historias en las que siempre saldría realzado el carácter de mi canario, que lo tenía.

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Trini Domínguez-Domínguez

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