24.6.13

La rara pura atención

"L'attention est la forme la plus rare et la plus pure de la générosité"
*
"La atención absolutamente pura y sin mezcla es oración"


Simone Weil



acía tiempo que no nos encontrábamos con vidas paralelas y hoy he sabido que Simone Weil (1909-1943) y Simone de Beauvoir (1908-1986) llegaron a coincidir o en el liceo  o porque accedieron al parecer juntas a la Escuela Normal Superior como las dos mejores alumnas. Simone Weil murió durante la guerra a consecuencia de la tuberculosis. Extraigo la primera frase que abre el post de un documental que hizo Julia Hasslet ("An encounter with Simone Weil", 2010) pero añado otra que nos la sitúa más en la personalidad de la filósofa.
Releo estos días L'enracinement, uno de sus libros póstumos, que cuya edición textual debemos en parte a Albert Camus, quien le tuvo gran afecto y admiración. Aunque Simone Weil hizo muchas cosas en su corta vida, como por ejemplo trabajar en la Renault como obrera, empezó por dar clases. Por alguna razón que se me escapa, en mi entorno hay o hubo muchas personas que se dedican a la enseñanza en diferentes frentes: niños discapacitados, primaria, secundaria, formación profesional, universidad, educación musical, voluntariado, adultos, distancia. Sin embargo, las únicas apreciaciones que han dejado en el Facebook sobre la ley Wert entran dentro de lo que yo considero "irracional", es decir que apelan a la condena no razonada, a la descalificación  y sino a la bronca. Cuando he pedido que dada su condición nos participaran una especie de análisis de los puntos fuertes y débiles de la ley he obtenido el silencio por respuesta, cosa que yo evocaba ayer noche cuando oía los petardos. Petardos que sonaban como portazos desabridos entre silencios no menos estruendosos.
Aunque conozco un poquito mejor la obra de Simone de Beauvoir que la de Simone Weil, de ésta me atrae la condición en cierta manera intemporal o atemporal de sus textos, la frescura. Las observaciones de la Beauvoir tienen una honestidad intelectual que yo no pongo en duda pero pienso que Simone Weil aún estuvo más lejos de modas y tendencias, dicho sea esbozadamente y sin ninguna consecuencia.
Por su interés transcribo unos párrafos de la primera parte de Echar raíces:
"El segundo factor de desarraigo es la instrucción tal y como se la concibe hoy. El Renacimiento provocó en todas partes una escisión entre las gentes cultivadas y la masa; pero, aunque separó cultura y tradición nacional, al menos sumergió a la cultura en la tradición griega. Más tarde, sin haberse renovado los lazos con las respectivas tradiciones nacionales, también Grecia fue olvidada. De ello resultó una cultura desarrollada en un ámbito muy restringido, separado del mundo, en una atmósfera cerrada; una cultura considerablemente orientada a la técnica e influida por ella, muy teñida de pragmatismo, extremadamente fragmentada por la especialización y del todo privada de contacto con este universo de aquí abajo y de apertura al otro mundo.
En nuestros días un hombre puede pertenecer a los medios llamados cultivados sin tener, por un lado, idea alguna relativa al destino humano, y sin saber, por otro, por ejemplo, que no todas las constelaciones pueden verse en cualquier estación. Se suele creer que un pequeño campesino de hoy, alumno de la escuela primaria, sabe más que Pitágoras porque recita dócilmente que la tierra gira alrededor del sol. Pero, de hecho, ya no contempla las estrellas. El sol del que se le habla en clase no tiene para él ninguna relación con el que ve. Se le arranca del universo que le circunda de la misma forma que se arranca a los pequeños polinesios de su pasado obligándoles a repetir: "Nuestros antepasados los galos tenían el cabello rubio".
Lo que hoy llamamos instrucción de masas consiste en tomar esta cultura moderna elaborada en un ámbito así de cerrado, de viciado, de indiferente a la verdad, quitarle cuanto aún pueda contener de oro puro, operación denominada vulgarización, y hornear el residuo tal cual en la memoria de los desgraciados que desean aprender, a la manera que se da alpiste a los pájaros.
De otro lado, el deseo de aprender por aprender se ha vuelto muy raro. El prestigio de la cultura se ha vuelto casi exclusivamente social, tanto en el campesino que sueña con tener un hijo maestro  o el maestro un hijo universitario cuanto en las gentes adineradas que adulan a los científicos y a los escritores famosos.
Los exámenes ejercen sobre los jóvenes estudiantes el mismo poder obsesivo que el dinero sobre los obreros que trabajan a destajo. Un sistema social está profundamente enfermo cuando un campesino trabaja la tierra con la idea de que es campesino porque no es lo bastante inteligente para llegar a ser maestro".
Huelga añadir nada a lo que dejó dicho ahí Simone Weil. Pero sin embargo, con tal de retomar sus palabras ("Dios mío que solos se quedan los muertos") y sin pretender actualizarlas demostrar su actualidad, sí que creo que vale la pena volver a ellas, comentarlas. Lo primero que se me ocurre pensar es que seguramente las Ciencias y las llamadas Humanidades siguen estando en sendas torres de marfil como ajenas al polvo de los caminos y ya no digamos al barro de las togas. Y sin embargo el saber está confiado a gente que tiene casi exclusivamente una formación universitaria y ese saber está endogámicamente afianzado y con una clara determinación a perpetuarse. Alguna vez ya he señalado mi sorpresa y desconcierto ante la supuesta infalibilidad del método científico, cuando cualquiera de sus antropólogos estaría dispuesto a admitir y argumentar que el saber -como todo- está pasteleado por los intereses de los grupos dominantes. Cosa que nos llevaría a condenar no ya la falta de compromiso real de la mayor parte de los universitarios más influyentes con la sobreexplotación del medio natural y sus especies, sino incluso su participación proactiva.  Yo no me quedo indiferente ante proyectos tan deleznables como el de las Glowing plants o vegetales bioluminiscentes de ADN alterado, a manos de un aburrido y aburriente matemático, que pretende así substituir el no menos lucrativo negocio de las farolas. Se pueden comprar semillas en Etsy, que es una especie de tienda virtual donde lo mismo puedes comprar pulseras de jade que marcos de foto hechos con cuerno de antílope que papel de arroz que cualquier cosa que en teoría (según la mía propia) no tendrá problemas en Aduanas como si las tendrán muchas cosas que se pueden adquirir en E-bay. Lo que yo no comprendo es si esa luz que emiten algunos de los árboles de Glowing plants -ya que ni siquiera se garantiza que funcionen todos- puede ser manejada a voluntad. Es decir, si en un momento dado podemos apagar esas luces, no tanto porque temamos un bombardeo (sabemos que la falta de luz no es un freno para las armas de destrucción masiva) sino porque a veces  hay que participar en una de esas campañas de apagón contra el cambio climático. La Arabidopsis thaliana tiene la buena suerte o la mala suerte de haber sido la primera especie vegetal cuyo genoma ha sido secuenciado y eso la ha convertido en objeto de infinidad de experimentos, entre ellos el de la bioluminoscencia. Al parecer se eligió esta planta por su simplicidad vegetal, especialmente si la comparamos con la de un ser humano, y porque se la tiene por una "mala hierba".
Cuando Simone Weil se refiere al hecho de que a los niños polinesios se les enseñaba que sus antepasados franceses tenían el cabello rubio nos encontramos ante una de aquellas aberraciones del sistema educativo o de los sistemas educativos a los que a veces recurrimos. Lo comentábamos en abril, con un artículo de Xavier Pericay sobre los absurdos pedagógicos. Alguien en Facebook aseveraba que los niños de Barcelona son tan listos que lo mismo te hablan urdu que nauhátl que catalán que español que todo y todo muy bien. Pero quien defendía esa idea lo que defiende es implícitamente -no lo declara- que no se sostengan los derechos reconocidos por la ley para que los niños hispanohablantes reciban una enseñanza de su lengua propia. Se basa en la falacia de que el español ya se aprende por todas partes. La otra falacia, esta mendaz y malintencionada, es la de repetir hasta la saciedad que los niños catalanes tienen una competencia en castellano mejor y mayor que la de nadie más. No hace mucho aún le pude oír esta afirmación a la vicepresidenta Joana Ortega. Y en realidad, tal y como ha denunciado pormenorizadamente, con los exámenes en la mano, Convivencia Cívica Catalana el pasado 21 de junio, los exámenes de español o de castellano a que son sometidos los escolares en Cataluña son de un nivel más bien bajo y exigen una competencia inferior a los exámenes equivalentes para el catalán. El tema de la inmersión o sumersión lingüística y demás está tan infectado por los intereses políticos y económicos que prácticamente es intocable y es imposible evitar los resortes irracionales. A los ojos de Simone Weil, el hecho de negarles a unos niños el enraizamiento con la tradición de donde provienen sería un factor de desarraigo y por lo tanto es su degradación personal y atenta (no de "atención", de "atentar") contra derechos elementales no materiales pero necesarios para vivir y para la dignidad de las personas. No olvidemos además que el hecho de que los padres no puedan ser trasmisores de una cultura los coloca a su vez en una situación de correspondiente desarraigo y desasimiento con un panorama de humillados y/o ofendidos. Estoy pensando en mis padres, que recibieron su educación familiar pero que no pudieron transferirla. Pero mis padres fueron emigrantes de Galicia, ya humillados y ofendidos por sus respectivos sistemas educativos.
Cuando hace uns días la BBC ensalzaba el sistema educativo más efectivo y eficiente de Europa, el finlandés, señalaba que su puntal estaba no en la cantidad de deberes que se les mandaba a los escolares -que era menor- ni en los recursos que éstos contaban en las escuelas, sino en que los profesores eran los mejores preparados de todo nuestro viejo continente. Y a mí me parece muy bien que la gente que se dedique a la enseñanza sea la mejor y no la que no sirva para otra cosa, por decir algo, pero eso -en nuestras latitudes de intervencionismo y socialdemocracia mal entendida- puede ser una vía para negarle a las familias su papel. Está claro que el crecimiento de los niños culmina con lo que los freudianos llaman "la muerte del padre", pero también lo es que la madurez supone una comprensión del padre.

"Saturno devorando a su hijo" (Francisco de Goya, 1819-1823)

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