5.6.13

La vida es sueño

o sé si quedará por ahí alguien que sepa aún que "La vida es sueño" fue una obra de Calderón de la Barca y la frase es además parte del monólogo de Segismundo, aquel que acaba:  Yo sueño que estoy aquí | destas prisiones cargado, | y soñé que en otro estado | más lisonjero me vi. |¿Qué es la vida? Un frenesí.| ¿Qué es la vida? Una ilusión,| una sombra, una ficción,| y el mayor bien es pequeño: | que toda la vida es sueño, | y los sueños, sueños son.

Lo que no sabrá casi nadie es cuando fue la última vez que se representó Calderón en Barcelona, pero ese es otro tema. El de hoy es de la llamada mirada periférica que propone el zen. No el de Huang Carlos Aguilar, el maestro shaolín  (o "txacolí", decía ayer Rosa Vélez en Twitter), que se ha sabido que tiene una afección tumoral en su pobre cabeza. Me refiero al zen de toda la vida. Aunque mi conocimiento de la filosofía budista zen es mucho peor que rudimentario y superficial, sí que tengo visos de que renuncia al análisis, a la mirada escrutadora y metódica, y se entrega a una mirada periférica que lo abarca todo y nada porque se parte de la base de que es imposible y además indeseable abarcarlo todo, y de que además no se persigue la habilidad o la inteligencia, elemento que también aparece en el Tao Te King, libro que lo es insondable, penetrante, que no se debe "consumir".
A mí, que todo me gusta adaptarlo a mi propia vivencia, me parece que ese acercamiento del zen a la naturaleza, al mismo tiempo vacío y penetrante, me desembaraza de muchas de las dudas y tensiones que impone la dialéctica a la que estamos acostumbrados y malacostumbrados. Simplemente la manía de discutirlo todo, de enfrentar opuestos, ya es toda una revelación de nuestro conflicto permanente hasta con nosotros mismos y ya no digamos con los demás. Y eso a pesar de que cada vez tenemos a nuestro alcance más saberes que nos proponen un vuelco de todo enfrentamiento hacia un nuevo entendimiento. Pienso por ejemplo en el  Ho'oponopono ancestral hawaiano, por el cual se viene a decir incluso o sobre todo que cuando asistimos a determinadas desgracias, dificultades y porfías que sentimos como ajenas en realidad no lo son. Hasta una enfermedad de alguien, por mucho que no la sintamos como nuestra, lo es. Pero de la misma manera que no hay que llevar el individualismo a los extremos que todos conocemos, tampoco habría que asumir la compasión ("sufrir juntos") hasta donde la imaginación nos lleve ni literalmente, solo en su justo término.
Si yo consiguiera ni que fuera durante una semana seguida admitir que me voy a morir sin haber conseguido "algo", como cosa natural, me daría no con un canto en los dientes, porque hace un par de años me los arreglé, pero sí que me daría por satisfecha o contenta, que quiere decir "llena". Al fin y al cabo no se trata de conseguir "algo" ¿O sí? Tomo consciencia de que a mi alrededor un sucedáneo de la felicidad o de la tranquilidad o de un monstruo sintético concebido por engendros similares, nos hace perseguir una vida lineal en la que todo tiene como contadores. Número de seguidores en Twitter, amigos en Facebook, el sueldo (y los sueldos sueldos son), el cuentaquilómetros del coche, días de vacaciones, número de créditos de las asignaturas, cifra de cursos realizados, puntuaciones, rankings de las universidades, porcentaje de intereses bancarios, primas, déficit, cociente de colesterol total, años vividos, metros cuadrados de la casa o el piso, suma total de los viajes realizados a Nueva York, a París, a Roma y a Londres, calorías que se comen de más. Pero sabemos que la vida no es eso.

Los efectos no ya de la anestesia, sino simplemente de un mero comprimido de 500 mg de paracetamol nos permiten entrar en un sopor bastante beatífico, mejor si cabe que la ensoñación, ya no digamos el de una siesta bien organizada, con su babita y su oreja planchada y todo. Pero el sueño de los justos poco tiene que ver con una percepción flotante de la realidad, la llamada "mirada de gato", tan dispersa y sin embargo tan atenta, como los fragmentos a su imán. La sensación de caminar en el monte a oscuras, si conseguimos alejarnos del áura lumínica de las ciudades, es de las pocas sensaciones que consigue avivar nuestros adocenados sentidos sin irritarlos, nos convierte poco menos que en panteras, capaces de percibir en las tinieblas nuestro camino mejor que si estuviera marcado como un autopista.

"Children doing handstands" (Somalia). Chris Steele-Perkins, 1980

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