18.6.13

Las alas de las mariposas

ubo muchos años en la casa familiar una especie de cuadro con mariposas disecadas que nos trajeron los tíos del Brasil. Las mariposas eran del Brasil y los tíos también, todo era del Brasil. Recuerdo que el año de las mariposas cenaron una noche en casa y como no les esperábamos hubo que improvisar y en gran parte lo que comimos fueron unas sardinas en escabeche que mi madre había preparado y que a mi tía le supieron a gloria. A mi me gustaba mucho que vinieran mis tíos del Brasil, con mi primo, porque se reunía toda la familia y porque íbamos a recibirlos al aeropuerto de El Prat donde otro tío nos llevaba a mi hermano y a mí a ver la clépsidra que sigue en el pabellón de toda la vida. Con los años esa clépsidra no ha perdido valor ante mis ojos, como sí ocurrió con la fuente de surtidor del patio del parvulario, la cabeza de un león de cerámica esmaltada verde.
Con el tiempo la colección de mariposas fue destiñéndose porque, de acuerdo con la antigua tradición o maldición familiar, a los Domínguez siempre se nos rompen los objetos de vidrio y ya no digamos los de cristal y aquel marco había llegado con su correspondiente e inesperado resquebrajamiento en la parte posterior, cosa que a mi entender permitió una degradación mayor del color de los ejemplares. La mariposa morpho, que había tenido un azul centelleante que ni niquelado estaba hace dos años que parecía su sombra y otra amarillo limón parecía color mostaza y se había quedado en las venas, si atendemos a la morfología de las alas, que habla de "venación". 
A pesar de mi atracción por el cristal, ni más ni menos que como todo el mundo, es material bellísimo que evito desde que al querer trasladar un vidrio se me resquebrajó más o menos por la mitad, como un rayo, y me quedé con un trozo en cada mano y temiendo por mis piernas, por lo que tomé todo el impulso posible y lo estrellé a distancia y por delante de mí. Pero mis tías eran mucho peor porque yo creo que con solo mirar una copa la rompían, mientras que yo las rompo al cabo de unos días de usarlas. Se caen en superficies donde es imposible que algo resbale o tambalee. Se estremecen si un vientecillo cierra de un golpe una puerta y todas se rompen, las más finas y las de Duralex. Cuando nos damos cuenta de estos refinamientos del destino y de otros, de que la fatalidad existe y se confabula hasta genéticamente para perpetuarse y asegurarse no ya imponderables sino que lo más previsible del mundo se trunque y malogre, ese día ya tenemos mucho de ganado. 
No querría con todo y con eso defender -ni tampoco atacar- la más mínima idea relativa a la existencia de un orden o lo que creo que se ha dado en llamar "el plan de Dios". De hecho, si existe un orden no es el orden alfabético ni ningún orden que puedan captar los sentidos humanos, o una más que cuestionable inteligencia, incluso poniendo mucho de su mejor voluntad, cosa de la que últimamente también dudo. De lo poco que no dudo yo es de la mala suerte. La mala suerte existe.
El I Ching se basa sin duda en la sincronía o ucronía de cuanto pasa, de ahí que consultado en un determinado momento todo surgirá a tenor de lo planteado. Lo malo, según se suele decir, es que no sirve para las grandes preguntas, cuestión que me deja atónita. O sirve o no sirve. Y lo que yo digo es que una vez que cada cual sabe con lo que cuenta lo mejor es obrar en consecuencia, y que yo no pienso comprar ni una sola copa más. ¿Para qué?

"Blue morpho butterfly" (Martin Johnson Heade, s.a.)

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