23.7.13

La belleza encerrada

ace unos días comenté lo que escasea la sonrisa posada en la pintura. Ahora, buscando obras de Antonello da Messina localizo entre sus retratos uno de un caballero desconocido que sonríe. Hay varios cuadros de Antonello de Messina que representan hombres de esa edad y con la mirada de soslayo. El que se encuentra en la National Gallery de Londres incluso se investigó por ver si era un autorretrato y si devolvía la imagen de un espejo, pero se pudo comprobar con rayos X que inicialmente los ojos miraban al lado opuesto. Hubo por tanto un pentimenti (?). El que se encuentra  en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (c.1473), "de un personaje desconocido se incluye dentro de la docena de efigies autógrafas que de este maestro han llegado hasta nosotros. El tipo y la forma encajan dentro del arquetipo utilizado por Antonello [da Messina]. Sobre un fondo oscuro se coloca el modelo, cuyo rostro emerge con fuerza, situado de tres cuartos y mirando al espectador intensamente. La solidez de la cabeza, en la que se cuidan meticulosamente los detalles, como el cabello y la barba, se suaviza con unos contornos delicados y un modelado que dulcifica los rasgos y que nos remite, con un acento personal, a modos italianos" (Mar Borobia). 
Si pensamos en los autorretratos de Albert Dürer (1498), Rafael Sanzio (1504), Sofonisba Anguissola (1556) mirando hacia la izquierda; de Francisco de Goya (1783), Edward Hopper (1925-1930) mirando hacia la derecha (a no ser que la foto esté mal positivada, cosa que no excluyo), los de Vincent Van Gogh mirando hacia un lado y hacia otro, e incluso frontalmente, ya se ve que miran a un lugar diferente o desde un lugar diferente desde donde miran los retratados de Antonello da Messina, con su punto de vanidad o bovesa, directamente, aunque paradógicamente miren directamente de soslayo o de lado. Todo lo cual tendería que ser meditado con mayor detenimiento. Lo mismo que lo de las sonrisas. 
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Me reservaba para el final de la serie de posts sobre "Las sorpresas", "La belleza encerrada", con el nombre de la exposición que tiene lugar desde el 21 de mayo hasta el 10 de noviembre de este año en el Museo del Prado. Reúne 281 obras cuyo denominador común es que 200 de ellas no han sido vistas con regularidad en la pinacoteca, su pequeña dimensión y -tal y como se indica en el folleto de la exposición- "unas características especiales de riqueza técnica, preciosismo, refinamiento del color y detalles escondidos que invitan a la observación cercana de estos cuadros de gabinete, bocetos preparatorios, pequeños retratos, esculturas y relieves".
No me ha resultado nada fácil decidir qué obra ilustraba hoy el post, puesto que la exposición muestra "La piedad" de Van der Weiden, la copia eboraria de Loy sobre el "Adán y Eva" de Durero, la "Coronación de la Virgen" de Macip, "La Virgen y el Niño en un cuadro rodeado de flores y frutas" de P.P. Rubens y Jan Brueghel El Viejo, "Vanitas" de Linard, el "Agnus Dei" de Zurbarán, el "Plato con ciruelas y guindas" de Van der Hamen, "El viejo y la criada" de David Teniers, sus monos, "El albañil borracho" de Goya, el cuadro de la Duquesa de Alba con la dueña beatona, que ya colgamos aquí y, en fin, todos y cada uno de ellos: Martín Rico, Marià Fortuny, Madrazo, etc. Al final elegí dos: el autorretrato de Alonso Sánchez Coello (1570) y el retrato de Antonello da Messina.
La exposición se recorre cronológicamente (siglos XIV-XIX) en 17 salas. En las salas a veces se abren ventanitas que recuerdan un poco a las troneras o saeteras (aspilleras) de los castillos, por su grosor tal vez. Así, desde detrás de la Atenea Partenos -una copia reducida del original de 12 metros de Fidias- nos podemos asomar a su aspillera y desde allí vemos en línea recta un Felipe II de alabastro, el Meleagro de Silvio Cosini, y "Un filósofo" de Salomon Koninck. Lo bonito del efecto ocurre no solo en esa mirada (desde detrás de la Atenea en dirección al filósofo), sino cuando por ejemplo me quise asomar desde el lado de Felipe II al mismo tiempo que también se asomaba alguien por su lado desde la primera sala. Mi leve sobresalto le divirtió al señor que la sorprendió y reímos. Distinguí un fino sentido del humor por cuanto se alejó enseguida de su marco. Un temperamento más al estilo del joven de Antonello da Messina hubiera permanecido por convertirse en un centro de atención. Desde su "marco" parecía asomar recordándome un poco el trampantojo de Pere Borrell, "Escapando a la crítica", aunque solo podía ver su cabeza. Y de hecho subrayó así la noción del tiempo en un encuadre. Aunque me detuve bastante en mi visita no volví a ver al señor de la sala I y excuso decir que tampoco hice nada por encontrarlo. 

"Retrato de un personaje desconocido" (Antonello da Messina, 1473

Autorretrato de Alonso Sánchez Coello (1570)


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