16.8.13

La lógica de bolsillo

e acordé de la foto que publico hoy y la busqué y aquí está digitalizada ya que el "original" proviene de una copia en papel de una fotografía que tomé con una cámara Praktica creo que el año 1988 o 1989. La sensación que conservo en paño de oro es el recuerdo de que la tierra tenía un tono más aterciopelado, turgente, mullido. En el momento lamenté los tres cables pero me gustó mucho esa franja fina verde de donde no sabemos cómo surgía una corredoira. La foto la tomé al atardecer en una aldea cerca de Finisterre. Cuando fuí a disparar entonces distinguí cerca de los pinos una mujer y un perro sentados en el valado mirando al mar. Sin despegarme de la cámara saludé con la mano izquierda, por comprobar, y la mujer me devolvió el saludo, justo cuando finalmente disparé. La mujer vestía de negro y llevaba en la cabeza un pañuelo también negro atado á curra. No es un atardecer rojo, de aquellos a los que se había acostumbrado Serrat, ni las aguas desprenden destellos opalinos y madrepóricos, a pesar de que hay allí mucha vida y al poco pasaron unos delfines para señalar la hora ultravioleta con sus siluetas. Es una imagen insignificante de un rincón del mundo, pero a mí me gustó ese momento, cuando todo parece aquietarse y los pájaros cantan con toda riqueza de matices.
Claro está que la imagen guarda para mí otros significados, como el de ese momento de descanso que se tomó esa mujer después de haber estado trabajando todo el día. Añoro profundamente a aquellas mujeres que ahora sí descansan y en paz.
Ayer un autobús me dejó tirada en Sagrada Familia. Lo de siempre: la rampa que no se acaba de recoger y que impide que el autobús se desbloquee y circule, eso ya con la silla de ruedas subida y teniéndola que bajar por fuerza animal. Excuso decirles que la Sagrada Familia estaba acribillada de turistas. Evité acercarme a las fiestas de Gracia. La primera vez que vi las calles engalanadas con poliestireno expandido, papel maché y tapones de agua embotellada me resultó cuando menos pintoresco, pero a mi edad se cansa una de todo. No me hacen ilusión las batucadas, aunque las veo bien en su lugar, en Brasil. La incorporación de diables, trabucaires, bastoners y demás supuestas tradiciones ancestrales que me resultan insufribles no las mejoran esos mojitos servidos en vaso de politereftalato de etileno (PET) ni el olor a fritanga y kebab. Esos vasos de PET supongo que los reciclan y pasan a formar parte de los decorados de las siguientes fiestas en un circulo viciado del que no se ve que nunca podrán salir.
Evité como digo acercarme a Gracia y me bajé hacia Rivera, aunque ayer el olor de pipí en el Ensanche era abrumador por el bochorno, el calor y la gran cantidad de restos que hay en las calles y que no son baldeadas ni por el Ayuntamiento ni por ningún alma caritativa. En la radio alguien de un pueblo de cerca de Tordesillas explicaba en directo que hacen su propia versión de lo del Toro de la Vega con algo que están convirtiendo en una tradición, raptar un mozo tordesillano y hacerle lo que al toro (alancearlo y bastonearlo). Me temo que los Caneiros, la romería por el Mondeo que hacen en Betanzos, el pueblo donde nació mi padre, también se ha desmandado o desvirtuado en gran medida, en parte porque atrae a demasiada gente y en parte porque la gente bebe demasiado. A riesgo de pasar por cascarrabias dejo aquí mi desagrado por todas estas fiestas bárbaras, de hacinamiento y barahúnda. 
Ya sé bien que los antropólogos y las antropólogas ven en la fiesta la oportunidad de transgredir, de emular una guerra y de invertir los valores poniendo a prueba todas las ideas preconcebidas. Eso también se ha convertido en una idea preconcebida. "Muy bonito", diría, con ese mohín de desprecio con que la condesa de Meirás (Pardo Bazán) agasajó los Cantares de Rosalía de Castro, pero yo prefiero las fiestas tranquilas, Sin necesidad de llegar a imponerle a la gente un umbral decibélico chill out, una buena orquestala gaseosa y el encaje de bolillos, eh. Está claro que cada cual se divierte como puede y como quiere.
Sin entrar en cuestiones morales, en las que es difícil llegar a un acuerdo porque se vería siempre influido por cuestiones ideológicas y por intereses, podría decirse que es bueno lo que puede hacer todo el mundo. Por ejemplo, dicho de otra manera: es bueno que la gente pueda llegar algún día tarde a su trabajo, pero no siempre los mismos ni siempre o a costa de los que siempre llegan cuando tienen que llegar. Es bueno que la gente escuche música o estudie piezas en su saxofón pero en la medida en que simultáneamente lo pudiera hacer todo un vecindario. Si todo un vecindario no puede tocar el saxofón a la vez es que lo estamos soplando muy fuerte. Si todo un bloque no puede escuchar música a la vez es que alguien la tiene un poco alta. O mucho. 
Invirtiendo el razonamiento, empleando una lógica como de bolsillo, no creo que en lo del Toro de la Vega se divierta el animal ni lo más mínimo, en Gràcia no se recicla nada y por favor a ver si vienen a regar mi calle que el otro sábado se cagó un borracho en plena acera, estamos a viernes, y aquí no han limpiado. Hombre por favor.

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