26.8.13

Setenta veces siete

"No escribas bajo el imperio de la emoción. 
Déjala morir, y evócala luego. 
Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue,
 has llegado en arte a la mitad del camino"

Horacio Quiroga, Decálogo del perfecto cuentista

La memoria de pez y la memoria descuidada son tan sorprendentes como la incapacidad para olvidar y, adelantando temas, el rencor.  El hecho de que el perdón sea una cuestión central en el cristianismo ha permitido que algunas personas en vez de destacarlo lo banalicen. Es muy frecuente, al menos en mi entorno, cuando no se pueden tocar otros temas de índole política, que se recurra en la mesa al tema de que el católico es fácilmente dispensado de toda culpa con su solo arrepentimiento. No estoy en condiciones de defender la doctrina real, a no ser descendiendo a la misma ligereza con la que están difundiendo sus anecdotistas/cuentistas una teoría del perdón tan trillada. Quisiera pero no puedo y lo siento.

Otra idea espuria que voy a descartar del panorama de este post es la confusión entre el perdón divino y el perdón humano. He conocido personas, incluso religiosas, que descansan sus errores pidiendo continuamente perdón, de la misma manera que hemos trivializado la palabra "gracias", que usándola por cortesía meramente lingüística e inerte, a veces como puro tic, en situaciones que son triviales, donde podríamos decir: "Es usted muy amable". Tal vez esos fraseos nos vienen del lenguaje cortesano y de su afectación. No veo yo en los libros de castellano antiguo ese intercambio de parabienes tan desmesurado como repetitivo. Aunque es cierto que tenemos en la región muchos desatinados, y entre ellos se habló estos días de Norbert Bilbeny, el cual defiende (a cuenta del erario público, por cierto) que tanto Cristóbal Colón como Miguel de Cervantes Saavedra como Santa Teresa de Jesús eran de Cataluña y de lengua catalana. Las investigaciones de este filólogo no sé en qué se basan, pero sí sé que tanto las obras de Cervantes como las de Teresa Cepeda son una especie de diapasón del castellano hablado en el siglo XV y principios del XVI. Y esta servidora vuelve a menudo a ellos para no perder el buen régimen verbal, el uso de las preposiciones correctas y recuperar giros que aún están vivos pero que van siendo depuestos por otros menos genuinos. 

No soy rencorosa, cosa que admito porque no tiene ningún mérito ni tampoco daña a nadie más que a mí misma, que ya es. Pero pesan sobre mi espalda como las de sobre todo el mundo muchas... ¿"injusticias"? y algunas no es que no las pueda perdonar, es que no las puedo olvidar. Tal vez porque a pesar del tiempo pasado aún espero una compensación, algo. Y, dicho a la manera de Santa Teresa de Jesús, ¡cuántos pesares no tendrán tantas almas como hay en este mundo, para mayor gloria de Nuestro Señor! Cuánto dolor. Siguiendo el consejo de Horacio Quiroga, relataré de la forma más sucinta posible una de mis grandes penas, que es la menor.
El año 2006 o así a las 10 de la noche el presidente de la comunidad de propietarios de la escalera de mis padres entonces llamó a su puerta. Mi madré la abrió aunque hacía rato que estaba ya en su cama. El vecino, después de una junta a la que no pudo ir mi madre, le dijo que si mi padre volvía a orinar en la escalera que juntarían firmas para echarlos de la finca. Mi madre le dijo algo así como que no era tan fácil echar a nadie de su casa y aunque se volvió a su cama no pegó ojo en toda la noche. Naturalmente no es cierto que mi padre hubiera orinado en la escalera y aunque lo hubiera sido estaba más que dispensado por padecer una dolencia neurológica degenerativa que todos conocemos como enfermedad de Alzheimer. Todos. Pero es que no era cierto. Alguien había levantado esa falsedad y había cundido. A partir de aquel día casi no pegamos ojo. Mi padre por psicosis, mi madre para velarlo y yo porque estaba en un sinvivir. El Señor en su infinita sabiduría quiso que nos lo ingresaran en una clínica unos 10 días después, para modificarle la medicación, y así pudimos descansar todos. Y en pocos días, el 13 de enero de 2007 mi padre dio el alma a quien se la dio después de una providencial broncoaspiración mínima y un edema pulmonar consecutivo. No sufrió más que la falta de libertad, que en nosotros, los Domínguez, es incompatible con la existencia. Desde entonces ha sido raro el día que no he ido a visitar a mi madre. Unos 6 o 7 días después de haber fallecido mi padre al salir descubrí un gran charco de pipí cerca del ascensor. Volví sobre mis pasos y le dije a mi madre: "Hay un charco de pipí al lado del ascensor, si tú no vas a decírselo al presidente, iré yo y me conozco". Fue mi madre y lo hizo muy bien, como todo lo que hace. Le dijo: "Hay un charco de pipí al lado del ascensor y mi marido no ha sido porque lo enterramos el día 15". El bravucón quedó demudado, sin palabras, ningún vecino sabía que mi padre se había muerto hasta ese momento.
Hay alguien, persona o perro, que sigue meando en la escalera (y no son unas gotitas), pero quien permitió que en su día la culpa se la llevara mi padre y que le dieran a mi madre un susto mayúsculo fue una persona humana. La tropelía del presidente de la escalera es el efecto típico del sietemachos milhombres metido en un carguito representativo ("Si quieres saber como es Fulanito dale un carguito"), y de eso me acuerdo pero lo disculpo por su exceso de celo y autoridad. Lo que no puedo entender es 1) que nadie-nadie hablara en su favor siquiera para concederle el beneficio de la duda y 2) que alguien-nadie permita que un viejo enfermo pague por sus culpas, cuando total quien mea considera que puede hacer lo que le da la real gana. Sea quien sea, está en contra de las normas, o ni siquiera eso, y por lo tanto no va a mover un dedo en nada que las refuerce, va a la suya y hace su voluntad sin mirar más que en su provecho inmediato. ¿Serán esos vecinos que tienen dos perros enormes, los que deben 1.530 € a la comunidad entre cuotas y derramas? El de ese señor que no trabaja pero que tiene un coche nuevo muy bonito y su mujer un horario muy raro. No, no es el marido, el marido lo echó y se quedó ella con el piso, los dos hijos, todo. La alternativa, ¿lo ven?, es la maledicencia.
¿Importa quién fue el meón o la meona? Tampoco es que mi padre se enterara y entra dentro de lo razonable creer que no le hubiera importado. A nosotras sí, a cada una a su manera, claro. Y lo perdono siete veces y setenta veces siete, pero no olvido ese dolor. Si perdonar es no guardarles rencor, están perdonados. Si perdonar es querer olvidar y olvidar, perdonar entonces no es fácil, porque la herida lo recuerda.

 
 Mera fotografía de Marta Domínguez Senra - SafeCreative *1308265647602

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