18.9.13

El sofá de la capibara



"The civilisation of ancient Greece was nurtured within city walls. In fact, all the modern civilisations have their cradles of brick and mortar.
These walls leave their mark deep in the minds of men. They set up a principle of "divide and rule" in our mental outlook, which begets in us a habit of securing all our conquests by fortifying them and separating them from one another. We divide nation and nation, knowledge and knowledge, man and nature. It breeds in us a strong suspicion of whatever is beyond the barriers we have built, and everything has to fight hard for its entrance into our recognition."
Rabindranath Tagore, Sadhana: The realization of the life (*)

ien es sabido que todo tiende a reproducirse. Si leen el texto que sigue a la cita íntegramente, verán que se establece una cierta dicotomía entre la forma en que se conducían los griegos y la forma en que se conducían los arios, oriente y occidente. Y como digo en nota, los arios no son aquellos alemanes que pseudocientíficamente durante el Reich hitleriano adoptaron el concepto de “raza aria”, son los protoindoiranios indios. Lo cual, si nos quisiéramos desviar viene siendo como las teorías de Murguía, que ahora solo es el marido de Rosalía de Castro, pero que en vida introdujo el celtismo, también pseudocientíficamente, aunque con tanta fortuna que aún hoy es fácil oír o leer mucho sobre los antergos celtas, cuando la cosa no es tan fácil ni seguramente tan romántica. Pero dejemos a los muertos en paz, como debe ser, y volvamos a los griegos, que no es que estén pasando por una buena temporada que digamos.
Siento el mayor de los respetos por Rabindranath Tagore, incluso un algo de devoción, si me permiten una expresión tan fuera de contexto. Pero a nuestras edades ya no comulgamos con ruedas de molino y no es que hayamos adoptado el escepticismo aquel con su poco de pizca de algo de militancia, es que estamos desengañados. Los griegos aprendieron mucho de los indios y tal vez por eso si dieron cuenta que un panteón con 330 millones de dioses o 3000 dioses no era viable, mientras que el Olimpo a lo mejor no era tan impresionante, que sí lo era, pero estaba hecho precisamente más a la medida del hombre. Y digo "del hombre" y no "del hombre y de la mujer", como diría la inefable Susana Díaz, porque en este caso me temo que sí, que "el hombre" está usado exclusivamente. Tagore quiere señalar el error o lo pernicioso de la forma de ver el mundo en nuestros padres griegos, con su logos y sus murallas y sus hombres que eran la medida de todas las cosas y para hacerlo lo hace con una dicotomía, estableciendo el contraste entre el punto de vista griego y el de la nuestra madre India. Por lo tanto, en mi pobre entender, su pensamiento algo contaminado estaba por las murallas y por la forma de pensar que crea entes y clasificaciones y silogismos.
Es difícil sostener, al menos para mí, dicotomía alguna. Está claro que un arroz está salado o no lo está, que es de día o es de noche, pero hay muchas dicotomías que se retroalimentan, que se envuelven. Logos no excluye a Sophia, que sería lo más parecido a la oposición que plantea Tagore. En el pensamiento analítico hay un poco de la sabiduría y en la sabiduría hay un un poco de lógica. A mí me gusta tanto la lógica -o habría que decir las falacias lógicas- que podría haber perdido mi tiempo con el estudio de Aristóteles, como hay quien lo pierde jugando en Facebook o viendo la TV.
Cada mañana cuando me levanto veo ante mi ventana dos vecinos con sus banderas en los balcones. Aunque sean las 6 de la mañana miran sus televisores. Yo puedo entender que un enfermo, alguien que esté físicamente o psíquicamente tocado, no pueda hacer otra cosa que ver la TV, pero también entiendo que una persona sana que pase muchas horas ante el receptor acabará enferma, sin energía, abotargada y echa una piltrafa. Lo digo como lo pienso. Para mí es una visión tristísima porque las personas de las que estoy hablando son jóvenes. Los sábados, se hacen las 9 de la mañana y siguen ante sus televisores. No es por criticar, pero a mí me produce desazón. Ese... ¿sedentarismo? no puede ser bueno. Y de hecho se dice que gran parte de las enfermedades que padecemos son debidas el sedentarismo.
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Casi nunca me acuerdo de mi espalda a excepción de algún lunes, y eso cuando me he pasado la tarde del domingo tirada en el sofá hasta dejar mis lumbares o mis cervicales para el arrastre. El sofá es el invento más insano que hay, dejando aparte el tema -que ya comentamos en otra ocasión- de que en los sofás y tresillos podemos obtener muestras de ADN y de todo tipo de microbios, además de cacahuetes, plumas estilográficas, eyeliners (lápiz de ojos) y hasta tornillos, monedas de cincuenta céntimos de euros, etc. Pasar una tarde en el sofá en negligé, un kaftán de El Corte Inglés o directamente en pijama, puede ser no reparador pero sí un desahogo. Y sin embargo estar media vida en el sofá no es nada recomendable. Pasear aunque sea sin objeto también descansa y nos releva de la presión diaria. El sofá nos aísla. La medida del hombre o de la mujer en el sofá es justo todo lo contrario de la unión con el universo de la que nos hablaba Tagore en su Sadhana. 
Les confieso que siempre he sentido un poquito de aversión por las capibaras (Hydrochoerus hydrochaeris) y el olor de las alcaparras. El resto de los animales y vegetales no me inspira mayor cuidado que el natural. Ustedes dirán que en Barcelona, más allá de los ejemplares del bosque inundado de CosmoCaixa, es muy improbable que me tropiece con uno de estos roedores gigantes. Aún lo es menos que me cruce con una capibara gigante. Y sin embargo la imagen de hoy me ha reconciliado un poquito con estos animalitos. Y que haya sido por ver uno on the couch aún tiene más gracia ¿Me estaré uniendo con el universo?
 



Escena familiar con Gary, una capibara gigante (Daily Mail)


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"The civilisation of ancient Greece was nurtured within city walls. In fact, all the modern civilisations have their cradles of brick and mortar.
These walls leave their mark deep in the minds of men. They set up a principle of "divide and rule" in our mental outlook, which begets in us a habit of securing all our conquests by fortifying them and separating them from one another. We divide nation and nation, knowledge and knowledge, man and nature. It breeds in us a strong suspicion of whatever is beyond the barriers we have built, and everything has to fight hard for its entrance into our recognition.
When the first Aryan invaders appeared in India it was a vast land of forests, and the new-comers rapidly took advantage of them. These forests afforded them shelter from the fierce heat of the sun and the ravages of tropical storms, pastures for cattle, fuel for sacrificial fire, and materials for building cottages. And the different Aryan clans with their patriarchal heads settled in the different forest tracts which had some special advantage of natural protection, and food and water in plenty.
Thus in India it was in the forests that our civilisation had its birth, and it took a distinct character from this origin and environment. It was surrounded by the vast life of nature, was fed and clothed by her, and had the closest and most constant intercourse with her varying aspects.
Such a life, it may be thought, tends to have the effect of dulling human intelligence and dwarfing the incentives to progress by lowering the standards of existence. But in ancient India we find that the circumstances of forest life did not overcome man's mind, and did not enfeeble the current of his energies, but only gave to it a particular direction. Having been in constant contact with the living growth of nature, his mind was free from the desire to extend his dominion by erecting boundary walls around his acquisitions. His aim was not to acquire but to realise, to enlarge his consciousness by growing with and growing into his surroundings. He felt that truth is all-comprehensive, that there is no such thing as absolute isolation in existence, and the only way of attaining truth is through the interpenetration of our being into all objects. To realise this great harmony between man's spirit and the spirit of the world was the endeavour of the forest-dwelling sages of ancient India.
In later days there came a time when these primeval forests gave way to cultivated fields, and wealthy cities sprang up on all sides. Mighty kingdoms were established, which had communications with all the great powers of the world. But even in the heyday of its material prosperity the heart of India ever looked back with adoration upon the early ideal of strenuous self-realisation, and the dignity of the simple life of the forest hermitage, and drew its best inspiration from the wisdom stored there.
The west seems to take a pride in thinking that it is subduing nature; as if we are living in a hostile world where we have to wrest everything we want from an unwilling and alien arrangement of things. This sentiment is the product of the city-wall habit and training of mind. For in the city life man naturally directs the concentrated light of his mental vision upon his own life and works, and this creates an artificial dissociation between himself and the Universal Nature within whose bosom he lies.
But in India the point of view was different; it included the world with the man as one great truth. India put all her emphasis on the harmony that exists between the individual and the universal. She felt we could have no communication whatever with our surroundings if they were absolutely foreign to us. Man's complaint against nature is that he has to acquire most of his necessaries by his own efforts. Yes, but his efforts are not in vain; he is reaping success every day, and that shows there is a rational connection between him and nature, for we never can make anything our own except that which is truly related to us."
Rabindranath Tagore, Sadhana: The realization of the life [+]





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Traducción casi literal de Marta Domínguez Senra
"La civilización de la antigua Grecia se desarrolló intramuros. De hecho, todas las modernas civilizaciones tuvieron su cuna de ladrillo y mortero.
Las murallas dejaron marcas profundas en las mentes humanas. Configuraron el principio del “divide y vencerás” en nuestra mentalidad, lo cual engendró en nosotros un hábito de asegurar todas nuestras conquistas fortificándolas y aislándolas. Dividimos nación de nación, unos conocimientos de otros conocimientos, los hombres de la naturaleza. Todo ello nos ha hecho sospechar de cualquier cosa que se encontrase más allá de las barreras que habíamos construido, y cualquier cosa tenía que luchar duramente para conseguir entrar en nuestro ámbito y recibir nuestro reconocimiento.
Cuando los primeros invasores arios (*) aparecieron en la India era un vasto territorio de bosques, de lo que los nuevos habitantes se beneficiaron. Los bosques les cobijaron de la crudeza del calor del sol y de los estragos de las tormentas tropicales, así como también les ofrecían pasto para el ganado, combustible para los fuegos de los sacrificios y materiales para construir las casas. Y los diferentes clanes arios con sus patriarcas se asentaron en los bosques favorecidos por su protección natural y por tener abundancia de alimentos y agua.
En India la civilización nació en los bosques, lo que les concedió un especial carácter a partir de su origen y entorno. Estaba rodeada de naturaleza, era la naturaleza la que proporcionaba alimentos y ropa y se vivía en constante unión con la naturaleza en sus más diversos aspectos.
Una vida así, se dirá, tiende a producir el efecto de abotargar la inteligencia humana y de desincentivar el progreso menguando las exigencias existenciales. Pero en la antigua India las circunstancias de la vida en los bosques no vencieron el pensamiento humano y no debilitaron sus energías, solo las dirigió hacia una dirección en particular. Habiendo estado siempre en contacto constante con la naturaleza viviente, la mente estaba libre de desear extender su dominio erigiendo murallas alrededor de las conquistas. El objetivo no era conquistar para alcanzar, ni aumentar la conciencia aumentando un territorio. Sentían que la verdad es comprenhensiva, que nada hay que pueda vivir en absoluto aislamiento en la existencia, y que la única forma de llegar a la verdad era a través de la correspondencia de los seres vivientes y todo el entorno. Comprender la gran armonía entre el espíritu humano y el espíritu del mundo fue el supremo esfuerzo de los sabios que vivieron en los bosques de la antigua India.
Posteriormente llegaron tiempos en que los bosques primigenios dieron paso a los campos cultivados, y surgieron ciudades populosas por todo el territorio. Se establecieron reinos poderosos que tenían trato con los grandes poderes del mundo. Pero incluso en pleno auge de prosperidad material el corazón de India no dejó atrás su adoración por el primer ideal de afanarse por llegar a la autorrealización, ni la dignidad de la vida sencilla en los lugares retirados, y sacó su major inspiración de la sabiduría allí atesorada.
Los occidentales parece que se enorgullecen de pensar que subyugan la naturaleza; como si vivieran en un mundo hostil donde hay que aprovecharse de cuanto deseamos, a causa de la manera extraña e insubordinada que tiene el mundo de comportarse. Este sentimiento es el producto del hábito de las ciudades amuralladas y de las costumbres de la mente. Y es que en la vida urbana el hombre tiende a concentrarse en su propia vida y sus trabajos, y ello crea una disociación artificial entre uno mismo y el Universo en cuyo corazon reside.
Sin embargo en India el punto de vista es diferente; el mundo y el hombre se incluyen como una suprema verdad. India pone todo su énfasis en la armonía entre el individuo y el universo. No habría comunicación alguna con nuestro entorno y si fuera extraño a nosotros. El desasosiego del hombre ante la naturaleza es solo el de conseguir lo necesario a través de su propio esfuerzo. Pero ese esfuerzo no es en vano, cada día devuelve su éxito, lo cual muestra que hay una conexión racional entre el hombre y la naturaleza, ya que no podríamos hacer nunca nuestro lo que no está ya en nosotros.
(*) Nota de la traducción: Los arios no son aquellos alemanes que pseudocientíficamente durante el Reich hitleriano adoptaron el concepto de “raza aria”, son los protoindoiranios indios.