25.10.13

Un pedazo de madera


uve siempre debilidad por la madera como material. Yo no sé si podría vivir en una casa donde no hubiera bastantes muebles de madera, no digo todos, que eso ya sé que va siendo cada vez más difícil. También se me haría muy penoso tener que comer en vajillos -como le oí una vez a una aragonesa- que no fueran de loza. Si hay que comer en un plato de plástico o de papel se come, pero por gusto no será. Aunque es fácil olvidar que la madera viene de los árboles, cuando adopta la forma de una cuna o un ataúd, pero también cuando adopta la forma de una silla o de una caja de habanos o de una guitarra, de una marioneta, donde para mí es imposible olvidarlo es sobre la cubierta de un barquito.
Cuando yo era niña y pasaba los veranos en Finisterre, aquello era un alabar a Dios porque mis abuelos no eran ni la mitad de severos que lo era su hija, mi madre. Es más, hasta algunas veces mi abuela me había preguntado: "Miña filliña, qué queres pra comer?". No es que me diera a elegir entre dos o tres opciones, es que le podía pedir lo que quisiera porque ella hubiera ido al mercado a comprarlo. La única prohibición que me impuso mi abuelo, que aún era marinero, es que jamás me subiera a una chalana de nadie a dar un paseo a remo. Excuso decir que en cuanto mi hermano y yo tuvimos la oportunidad nos subimos a una chalana y obviamente volcó y a partir de ahí ya entendimos el peligro que tenía. A partir de entonces me conformaba con acercarme al muelle y estirarme sobre la cubierta de la proa o de la popa de uno de los barcos de patrón mirando el cielo y dejándome mecer por el mar. El olor de la brea calafateada, el crujido de las cuadernas y el chapoteo donde se hunde la quilla en el agua me producían una satisfacción tan grande, allí asomada al abismo del cielo, que no hubiera necesitado navegar en la vida, como tal vez ahora sí. Se dirá que un barquito pesquero tiene tanto de cama como de atalaya.
Cuando ayer noche en la radio oí a Catalina Cabré hablar de su donación al Museu Marítim de Barcelona, por un euro, de la "Patapum", dejé cuanto estaba haciendo por escucharla. El edificio de las Reales Atarazanas (Drassanes Reials) es un ejemplo de nuestro gótico civil, que a mí me gusta más que el religioso, pero desde el año pasado cuenta con esta embarcación, que una periodista describe como "modelo único" y de recreo. En efecto la hizo una carpintería de ribera de forma artesanal, el año 1931, por encargo del padre de Catalina Cabré. Parece que Catalina Cabré vive en Barcelona pero su acento es claramente ampurdanés y solo por eso es una delicia escucharla. La entrevista que he enlazado tiene su versión en español en el mismo diario. Explica la buena mujer la historia del barco y cómo estaba dispuesta a llevarlo mar adentro y hundirlo antes que venderlo, eso antes de que providencialmente el Museu Marítim supiera del caso y le ofreciera un lugar entre sus piezas:
-"Vendre'l? De cap manera, no hauria suportat veure el Patapum en mans estranyes. Hauria preferit portar-lo mar endins i enfonsar-lo, com es feia abans. Va ser providencial que, a través del meu gendre, el director del Museu Marítim s'assabentés de la seva existència. Van venir a veure'l a Portbou i, al cap de 15 dies, se'l van endur en un camió".
"Com es feia abans"...  "Como se hacía antes"... No sé, yo hubiera pensado que estos barcos quedaban en las playas hasta que el tiempo daba cuenta de ellos, pero me doy cuenta de que eso debe de estar prohibido. Más a menudo debíamos pensar que vemos a través de un agujero, que nuestro foco es limitado. Vemos solo una parte de la realidad y eso cuando no está empañada por las lentes distorsionantes de las ideas preconcebidas o nuestras costumbres irrenunciables. Catalina Cabré dice: "Es increíble cómo se puede llegar a querer un trozo de madera" y yo doy en pensar que la madera y la piel saben impregnarse de nuestro uso, del paso del tiempo, del sol, de la lluvia. Tiene mi madre un cubo de la basura que le regalaron cuando se casó (sí), de plástico, amarillo, y aunque no negaré que tiene su corazoncito, jamás tendrá en lo substancial cuanto encierra un "pedazo" de madera. Esos barcos de fibra de vidrio que botan por ahí son de escarnio y no digamos los cruceros. No habría ni que llamarles barcos.

Barco pesqueiro (Foz, A Mariña, Galicia) (Wikipedia Commons)

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