13.12.14

Orgullo, prejuicio y satisfacción

De lo que llevo leído sobre el retrato de La familia de Juan Carlos I lo que más me ha interesado es el post de El crítico constante (ECC). Como no he podido ver el cuadro más que a través de las fotografías de la prensa y a través de algunas informaciones, la impresión de ECC, que seguramente lo ha visto, que es pintor y que tiene un criterio, me ha resultado valiosa. Leí, por cierto, no sé si fue en "El mundo", pero en cualquier caso fue en el formato aquel de "10 cosas que hay que saber" o algo por el estilo, un dato que parece que quiere alcanzar la categoría de anécdota persiguiendo ser una anécdota de categoría. Dicen que Antonio López tenía en el taller donde pintó el cuadro, desde 1994 hasta 2014, una monografía sobre Velázquez y un espejo. Con lo cual se nos da a entender que hay algo más que un tributo a "La familia de Felipe IV", más conocido como "Las meninas" de Velázquez.  No digo que no pudiera ser, pero que se adose a las noticias del cuadro este dato, cuando en el cuadro no parece haber rastro de Velázquez, nos habla más bien de que les faltaba contenido técnico.
Robert Graves en su autobiografía dice más de una vez que durante la guerra llevaba los sonetos de Shakespeare en su equipaje y me pareció entender que incluso cuando estaba en las trincheras.  Pero ese dato ni es anecdótico, ni pretende ser categórico, ni nos habla de otra cosa que no sea el consuelo que se puede encontrar en un buen libro.
Que las figuras del cuadro de Antonio López sean de tamaño real ya dice mucho, a pesar de que el pintor tiene otras obras de grandes dimensiones. El efecto de dibujo inacabado también, por mucho que no haya llamado la atención a los que conocen sus cuadros hiperrealistas. Para retratar a la familia del Rey Don Juan Carlos habían tres opciones: la cursi, la menos cursi (Lord Snowdon) o algo al estilo historicista romántico de Augusto Ferrer Dalmau, que en este caso hubiera sido por lo menos inadecuado. Hay una representación pop con fondo como de bandera tibetana pero rojigualdo que pertenecería al llamado street art.
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Releo estos días Las aventuras de Huckleberry Finn (1885), que es uno de los primeros libros que leí de niña gracias a que el marido de mi padrina tenía la colección más completa y bien editada que se les pueda ocurrir para la época y para la literatura infantil o juvenil. Aunque leí las aventuras de Gulliver en un número que es totalmente descabellado que ustedes me crean, el mejor libro de Mark Twain solo lo había leído una vez. No recordaba el aviso preliminar: "Las personas que intenten encontrar un motivo en esta narración, serán perseguidas. Aquellas que intenten hallar una moraleja, serán desterradas. Y las que traten de encontrar un argumento, serán fusiladas". Lo transcribo porque algo parecido es lo que diría yo sobre el ya famoso retrato. En cualquier caso el cuadro está colgado en la historia.
Supongo que los de la escuela de negocios Wharton y todos cuantos necesitan echar mano de la literatura para justificar o justificarse habrán encontrado en Mark Twain una barbaridad de moralejas. De la misma manera que los Simpson o Alice in Wonderland recogen grandes retos de la Lógica y de la Física, hay en las novelas de Twain una enorme provisión de argumentos para teorías macroeconómicas y laborales. Recordemos p.e. cuando Tom Sawyer consigue que el castigo que le impone su tía Polly al principio del libro, pintar la valla que rodea la casa, se convierta en algo envidiable por lo que incluso los niños que conoce estarán dispuestos a pagar, aunque sea en especie. 
Se ha querido ver en la clinofilia de Mark Twain una enfermedad, cuando lo que mejor caracterizaría la franja de ocio conquistada con la jornada laboral de 8 horas, los dolores de espalda y los pisos de menos de 70 metros sería la manera que tenemos de perder el tiempo encontrado en el sofá. El género de ideas que se les ocurre a los escritores clinofílicos y a los escritores andariegos es diferente. A mí todas me parecen bien mientras sean divertidas. 
Una de esas ideas que podrían proporcionar material a los que necesitan animar sus presentaciones sería la de rescatar:
"-¿Rescatar? ¿Qué es eso?
-No lo sé. Pero es lo que hacen. Lo vi en los libros. Y eso es lo que tenemos que hacer.
-Pero ¿cómo podemos hacerlo si no sabemos qué es?
-¡Recanastos, tenemos que hacerlo! ¿No os digo que está en los libros? ¿Queréis obrar diferentemente a lo que hay en los libros y embrollarlo todo?
-¡Oh!, eso se dice muy bien, Tom Sawyer; pero ¿cómo diablos se rescatará a la gente si no sabemos cómo se hace? Ahí es donde yo quiero ir a parar. ¿Qué crees tú que es?
-Pues no lo sé. Pero quizá, si nos quedamos con ellos hasta ser rescatados, quiere decir que nos los quedamos hasta que estén muertos".
El poder que se le concede a determinados libros y a las palabras de determinadas personas es toda una lección de gazmoñería o desorientación. No es de extrañar ni mucho menos que haya quien ha estudiado las coincidencias entre los personajes de Mark Twain y los del Quijote, un libro fundamentalmente divertido, en lengua vernácula también (para su siglo), sobre la amistad y sobre el desengaño o la libertad.
Me gusta el post de ECC porque no cae en el panegírico encomiástico (en sus variantes amiguista o servil) pero tampoco en el extremo opuesto, tan usual en nuestras latitudes, ríspido o despectivo. Encontrar un post sobre el trabajo de un prójimo que ni sucumba a las gracias del asinus asinum fricat ni a las bajezas de la hostilidad me llena de orgullo y satisfacción

Foto: Domínguez

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