4.2.15

Con un sorbito de champán

No sé si se puede creer que llevo años buscando esta imagen en internet. La tenía en pequeño en uno de esos imanes que ponemos en los frigoríficos. Al usar el buscador de imágenes de Google encontré otras ilustraciones del mismo autor y así al menos pude identificar al dibujante, del cual fui acumulando muchos dibujos que hay en internet. Encontraba muchos con un cerdo o hasta con muchos cerdos, pero este que traigo hoy no. Finalmente ayer de la forma más casual di finalmente con la imagen y con gran alegría. No solo porque la puedo colgar aquí sino también porque tal vez me la haga imprimir en una taza o algo así, tanto es lo que me gusta. 
Gerard Glück usa colores llamativos, especialmente los verdes, los azules y los amarillos, que aquí predominan pero en mi opinión para enmarcar la escena más importante, la del bote. La atmósfera del lago lo mismo podría ser de aurora boreal que de atardecer que de amanecer, aunque con un ligero tinte apocalíptico que tal vez incorporo yo en mi subjetividad. Ese verde del bote es muy habitual en Glück y sé que no suele gustar a la gente, pero tal vez convenceré a alguien de sus bondades si añado que otro de los elementos comunes en las ilustraciones de Glück, además de los cerdos y el cava, son los tréboles. Pueden aparecer como motivos de un sofá o al natural, pero siempre tienen ese color. El mismo verde o parecido es el de la habitación del lobo en el hospital, cuando lo va a visitar Caperucita (quien en realidad iba a visitar a su abuela o Grossmutter). Sin embargo, ese verde siempre se ve compensado con algún rojo otoñal o con una paleta que parece simple pero que guarda su dificultad porque recrea todo un mundo muy sugerente y muy personal pero en el que muchos nos vemos algo reconocidos.
El afecto entre un humano y un animal no se representa solo en los cerdos, animales que me merecen todo punto de admiración, solo corregida -lo siento- por mi debilidad por el chorizo y otros productos. Una de las ilustraciones más elocuentes es la de la escena doméstica del perro abrazado a las piernas de su ama. En los detalles de la vida hogareña y de corto alcance, con personajes de clase media sin pretensiones me recuerda o otro gran ilustrador que nunca será considerado entre los grandes pintores pero que tiene un gran encanto, Carl Spitzweg. El humorismo Biedermeier de Spitzweg (burgués, desilusionado pero tierno aún, postromántico) ya lo hemos empleado aquí, un tanto decorativamente (lo admito), cuando sus óleos merecerían estar en mejor lugar. Pero ya se sabe que lo que se decide que es arte y lo que no es algo que puede y debe ser cuestionado siempre.
El gesto del cerdo o cerda apoyando su pezuña delicadamente sobre el trancanil a estribor, su sonrisa, el dominio con que el caballero (a todas luces anticuado) sostiene con una mano una copa pero con otra un remo, es el retrato de todo un ars amandi relleno de encanto y un cierto porvenir. Claro está que con ese remo no irán muy lejos, pero ¿a quién le importa?


Gerard Glück

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