29.4.15

La toalla por bandera

Hace 3 años incrustré en este blog una manual de uso de la bandera que propuso Luisa Cuerda. Por suerte en aquel entonces lo cargué en mi propio dominio, porque me temo que de otra manera ahora ya no habría manera de encontrarlo. Su blog ya no existe. El domingo pude ver como durante la representación de "Carmen" en el Liceu, Calixto Bieito nos brindó una de sus versiones renovadoras de la escenificación. Que yo recuerde en la otra versión que había visto hace años de la ópera de Bizet Carmen no se sacaba las bragas ni aparecía no sabemos muy bien porqué una señorita en biquini con una bandera española no constitucional colgada como una bufanda y luego la usaba de toalla para tomar el sol. Al salir le pregunté a mi acompañante, que es india y nació en Calcuta, si le parecía normal ese ultraje a la bandera. Y me dijo que no y que en su país el uso de la bandera está regulado de forma estricta y ni siquiera se puede una poner por ejemplo un sari con los colores (azafrán, blanco y verde oscuro), ya no digamos tirarla en el suelo, etcétera. 
Me gustaría decir que en "Carmen" el uso de la bandera asumía la función artística de absorber todo un imaginario en vez de ser una forma más de iconoclastia o gilipollez. Prometo que me gustaría. Naturalmente, si en vez de ser la maltratada bandera española se tratara de cualquier otra bandera, tendríamos el cielo lleno de gritos, aullidos, alaridos, bramidos, chillidos y broncas llenas de despecho, indignación, ira y desagrado. 
No había podido ir al Liceu desde que estuve en una representación de "Fidelio", también con Calixto Bieito como director de escena. Un Fidelio de chupa de cuero. Y pude ver con respecto a mis otras sesiones que había muchos extranjeros, incluso orientales, aunque no sé determinar si eran chinos o coreanos o qué. Las Ramblas estaban llenas de turistas de muchas nacionalidades. Los alrededores tenían los bares, las cafeterías y los restaurantes llenos de turistas. Una hora después todo se aclaró un poco, pero seguían habiendo muchos turistas, al menos para mi gusto. Desde el año 1992 empezó in crescendo a desarrollarse la oferta turística y la verdad es que si al principio se concentraba en unas fechas muy determinadas, en el presente es casi igual todo el año y hace imposible poder disfrutar del centro de Barcelona por lo menos de la misma forma en que lo podíamos disfrutar hace unos 15 años. 
Hace un par de años oí o leí que Barcelona es la tercera ciudad más fotografiada del mundo y eso no creo que nadie de los que aquí vivimos lo pueda poner en duda incluso sin datos en la mano. Es obvio. Seguramente los encuadres son casi siempre los mismos, tal y como ocurre con París, Nueva York o Roma, ciudades en las que tan diferente es ponerse detrás de una cámara. Las fotografías parecen repetidas muchas veces, con el cambio no despreciable de las condiciones de la luz y atmosféricas. Algunas no hacen más que reproducir imágenes que tenemos asimiladas de la fotografía analógica y de los pioneros, como si se estuvieran perpetuando clichés escenográficos. Vistas dos colecciones de fotografías de Fez, ya se han visto todas.
Cuando empezó a hacérseme agobiante el número de turistas de Barcelona, también empecé a recorrer lugares apenas transitados y paralelamente he ido recorriendo algunos de los jardines que contamos. Unos me son queridos por su buena sombra, otros por tener especímenes añosos, otros por su carácter (por ejemplo el Jardín Botánico, que reúne especies de ecosistemas similares pero muy alejados en la Tierra), otros porque tienen algún árbol que me es querido. Subiría hasta el Palacete Albéniz solo por ver las camelias en flor, o en otoño los liquidámbares, o iría a la Rosaleda Cervantes para ver qué rosas se presentan este año al concurso de rosas nuevas. Los dos gingkos más bonitos de Barcelona son probablemente el de Monjuïc (Jardín Verdaguer) y el de la Universidad de Barcelona, tal vez los más antiguos. He perdido el interés por todo lo que no sean estos espacios vegetales, aunque admito que a veces me escapo al Moll de Gregal, donde el Hotel Vela se puede ignorar a la vista del ancho mar. 
Estamos tomando la toalla por bandera y la bandera por toalla.
Lee Lorenz


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