26.12.16

Etiqueta, que algo queda

Según la taxonomía tradicional los reptiles son
 considerados una clase, pero según la sistemática cladística, son
 un grupo parafilético, por tanto sin valor taxonómico;
 en su lugar se ha preferido el uso del clado Sauropsida
 por ser monofilético (Wikipedia, consulta: 26 de diciembre de 2016)

"El Mundo" refiere una quinta orientación sexual, la demisexualidad, que resulta ser la de las personas que no se sienten atraídas por ningún género en especial y cuando se ha dado una relación íntima. Cuesta creer que podamos clasificar a las personas como cuando ordenamos una baraja y separamos en cuatro palos las cartas: copas, oros, espadas y bastos, además de los dos comodines. O como cuando distinguimos en los reptiles a los ofidios. A pesar de los desvelos de la Antropología y sus precedentes por abrirnos las mentes a otros mundos, nos empeñamos en clasificar de acuerdo con nuestra limitada y muy acomodada visión del mundo.
Las clasificaciones son útiles cuando se trata de poner orden en una colección o cuando hay que mercantilizar productos o procesos. Sin clasificar me pregunto si podemos decidir. O lo que me pregunto más bien dicho es si vale la pena decidir sobre lo que ya está clasificado. Decidir y clasificar son dos tareas que presiden por ejemplo la práctica médica, especialmente cuando se imponen modelos diagnósticos y terapéuticos para evitar que cada caso sea único y que por lo tanto suscite un jardín de dudas. El trabajo de muchos oficios tiene en gran manera una "paleta" de colores o de funciones que consiguen estandarizar los resultados y hacerlos apilables y aptos para la logística. Se me ocurre que a las empresas de catering les resulta mejor como postre un lácteo funcional ya envasado y con fecha de caducidad que no los frutos (frescos o secos), que se deben de almacenar en condiciones más exigentes, que no llevan en principio fecha de caducidad y que acostumbran a ser más caros. A los consumidores les atrae la facilidad de comer un postre de cuchara, que no hay que masticar, ni pelar, ni cortar, y que está presentado de forma que es difícil que nos manchemos. Esa condición parece que se hace deseable para todo cuanto nos rodea, no digamos el lenguaje.
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Hace bien poco leí una columna de Elvira Lindo en "El País" ("Hombres, devolvednos la cortesía") gracias a la que conozco las palabras de Grace Paley:
"Las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía".
Ese encuadre refleja la idea de las etiquetas y las clasificaciones incluso sobradamente y por eso me permito elegirlo. Vaya por delante que no conozco a la feminista y escritora Grace Paley, y que apenas he leído algunos textos de Elvira Lindo. La cortesía se invoca como una gentileza que no ha obtenido la reciprocidad, cosa que en el ámbito literario nos hablaría también de una "cadena de favores" perversa (el amiguismo). Pero lo peor de la frase, que en realidad solo pretende -lo admito- no ser hostil, es que las mujeres no hemos leído los libros escritos por hombres por cortesía. Tal vez alguna mujer habrá leído alguna vez por cortesía el libro escrito por un hombre, pero esto no fue así. Y esto lo sabe cualquiera.
En mi opinión, y no me faltan argumentos que la apoyen, las mujeres hemos leído libros escritos por los hombres porque eran los predominantes, porque incluso la mera idea de que una mujer de clase media escribiese era algo socialmente inadmisible ¿O no nos acordamos de como Jane Austen hacía ver que cosía cuando llegaban visitas? Y dentro del grupo de los escritores-macho, frescos o secos, ofidios o no, han ido predominando los que tenían una formación universitaria y por lo tanto un bagaje académico respecto a los escritores aventureros o con una vida rica (clasificación forzada donde las haya). Si nos ponemos a clasificar, la maquinaria editorial ha conseguido asimilar a sus temas y estilos una serie de productos novelísticos en la línea del consumo dirigido. Y podríamos decir que si hay 5 orientaciones sexuales, hay 3 orientaciones literarias.
Hace años, pocos para mi gusto, descubrí a través de la lectura sucesiva de tres autoras, que sus voces me abrían el entendimiento a una forma de sentir personal, ajena a las lecturas que había devorado durante años. Y digo "voces" por dos razones: porque la literatura tiene que ser para mi gusto lo más oral posible (incluso aunque haya sido escrita para ser leída) y porque de repente me di cuenta de que lo había experimentado hasta entonces era un coro incompleto, con voces más o menos graves pero masculinas. Pero aparte de las voces masculinas también hay las voces blancas y las voces femeninas, y limitarse a oír cantar solo con barítonos o bajos o tenores es muy limitado y por supuesto acaba siendo aburrido. Mi "descubrimiento" de la literatura escrita por mujeres fue tan importante como mi alfabetización, como haber aprendido a leer.
Es usual contraponer a cuanto digo el argumento de que la literatura no es ni femenina ni masculina, y algo de razón hay. Lo único que yo voy a detenerme a contraponer a ese argumento será que los ejemplos más pésimos de literatura "femenina" son la consecuencia de una literatura "masculina".

Dibujo de Sylvia Plath

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