3.12.16

La patada de un conejo

"PRESTIDIGITADOR. Cuando dice usted amor yo me asombro. 
DIRECTOR. Se asombra, ¿de qué?
PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.
DIRECTOR. ¿Y qué más?
PRESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.
DIRECTOR. Es posible.
PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas de los dedos). Amor. DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice usted amor yo me asombro. PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?
DIRECTOR. Veo que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima. PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué más?
DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos."
Federico García Lorca, El Público

ace siglos que tengo el mismo escritorio en mi ordenador personal. Es de Apple y se llama Hawaiian Print. Es un color que me gusta, y es un estampado de plantas, que nunca cansan. De todas maneras, aunque sea azul nada justifica que haya resistido tanto tiempo sin que lo substituyera por una de las numerosas imágenes que cada día puedo admirar. 
Hace poco vi una foto de una pareja en Facebook. La típica foto a la orilla del mar, de perfil, mirándose de frente, el mar y una puesta de sol de fondo. Esa foto o su patrón los había visto miles de veces y sin embargo nunca me había preguntado quién había hecho la foto. Porque por una parte la imagen nos muestra una playa solitaria y la fantasmagoría de una pareja que disfruta de su compañía en soledad, pero no se nos oculta que el disparo de la cámara ha podido ser dado por una tercera persona. Admito que puede ser un disparo programado, pero esa posibilidad aún refuerza más mi argumento de que es una imagen "buscada", "preparada" o por lo menos nada espontánea y con la intención de ser exhibida. Es decir, por si no me expliqué bien, lo que intento decir es que una imagen que en primer plano nos da a entender un momento idílico de intimidad amorosa, lo que a mí me evoca es todo un plató.
Estuve enamorada un par de veces y en las dos ocasiones me resultaba muy desapacible ver que yo era incapaz de repartir mi amor más allá de lo que en aquellos días era mi principal objeto de atención. Me entristecía ver que la atracción por el amado me incapacitaba en cierta manera para dedicarle no ya mi tiempo sino también mi atención a todas las personas que estaban a mi alrededor. Entonces esa certeza me desengañaba, me hacía ver que tal vez era una condición mía, que mis posibilidades eran bien limitadas o el amor egoísmo. Luego, con el tiempo, he visto que hay parejas que viven muy encerradas en su relación, así que pienso que no he sido la única persona cuyos límites eran mezquinos. No es para alegrarse, simplemente es una observación. 
Los investigadores de las costumbres humanas han estudiado los usos y costumbres amorosos a lo largo de la historia, las modas, yo solo puedo tenerlas presentes para no dejarme llevar por el espejismo de programas televisivos como "Corazón, corazón", que hasta nos dan a entender que hay montajes amorosos, esto es uniones de conveniencia al objeto de obtener un rendimiento económico o comercial. A la vista de ese programa, que creo que se hace los fines de semana, y de ese formato con parejas que se unen y parejas que se separan, me pregunto si es una fórmula que asegura una audiencia o un consumo o algo. No tengo la menor idea. El glamour económico y sus sucedáneos son posiblemente una manera de deleitar al público, que estaría muy amargado con otras noticias. 
A veces la contrapartida al amor de pareja (a veces amor por antonomasia) es una especie de pestiño sentimentaloide con purpurinas y una exaltación cremosa o con eco de Louise Hay y la tropa salvífica de la autoayuda. El sentimentalismo, ya lo dijo Dostoievski, a veces fructifica en los malos. Se puede ser malo y sentimental. Y si no queremos decir "malo" podemos decir cualquier otra palabra que represente un grado de perversión sea mucho menor. Y en esto pensaba días atrás cuando meditaba sobre el hecho de que la gente no va a visitar a los enfermos. Hace unos años los domingos había muchas visitas en los hospitales, tantas que verdaderamente era un problema para todos: para el hospital, para los enfermos, para los visitantes. Pero este mes pasado, con motivo de una intervención quirúrgica de mi madre, pude experimentar la certeza de que las visitas han disminuido. El domingo no había prácticamente nadie. Esta afirmación hay que matizarla mucho, tanto que me da pereza. La dejo así. 
Ayer oí a Manuel Delgado, el antropólogo, decir en la radio que los sentimientos son tóxicos; yo diría que lo que ocurre es que el sentimentalismo es tóxico, especialmente el que adopta aires de drama ruso o de serial. Todos los sentimientos que no ayuden hay que dejarlos de lado, esa es mi teoría y también mi práctica. Lo mismo para los juicios. Mucho opinar y poco ayudar es insufrible. Las opiniones que no ayuden mejor guardárselas.
Naturalmente el hedonismo de nuestra sociedad hace que el trato con las personas que están en el final de su vida o muy enfermas sea penoso. Y cuando alguien me habla con pesar del estado de un pariente o un amigo, como de algo que conduce a una profunda aflicción, les recuerdo que nos puede pasar a todos. Y de un día para otro. Como dice precisamente mi madre, "se puede uno morir de la patada de un conejo".  

Hawaiian Print

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