l lector de Els fruits saborosos capta tal vez como yo un tono que podría fácilmente confundirse con lo cursi, cuando en un momento corrige esa percepción la certeza de su cierto clasicismo. Por tiempo que pase, Josep Carner siempre me produce ese giro de parecer que acaba impregnando todo su estilo y que no me permite llegar a ninguna conclusión, especialmente porque no la busco.
Supongo que todo hijo de vecino ha sufrido o ha disfrutado más de una vez con la constatación de haber sido prejuzgado o encasillado. "Encasilla, que algo queda", podríamos decir, por asimilación a lo de "Calumnia, que algo queda". En mi caso, que nada tiene de particular, cuando me siento prejuzgada o encasillada, lejos de revolverme lo que hago (si puedo) es retirarme, porque la situación me inhibe y me produce pereza, y las personas que se arrogan el poder de encasillarme me empujan al aburrimiento tal cual.
Los prejueces manejan una información muy limitada y se manejan en el mundo de la apariencia, pero no es raro que brille en sus ojos la perspicacia, de buen conocedor, de tasador o de catador experto. Naturalmente el conocimiento mundano puede dar aciertos como da yerros y, por ejemplo, si alguien supone que no sé apreciar la digitalización porque tengo 55 años lleva parte de razón porque es cierto que tengo 55 años y hasta algo más. Hay prejuicios que revelan no ya ideas preconcebidas sobre la edad o el género, sino que son verdaderas pruebas de discriminación racial o social que revelan creencias y querencias segregacionistas. Y, no nos engañemos, la discriminación tácita, la que se da por sentada, hace tanto o más daño que la que se manifiesta con letreros, leyes, normas.
El aburrimiento y el desengaño me llevan invariablemente a usar mi tiempo en labores de lo que llaman "perfil bajo", de mi disfrute y de la intimidad. También el exceso de opiniones a las que nos vemos sometidos o en el que estamos sumergidos día a día me ha convencido del valor de cuanto no se hace público y vive en las entretelas, de manera que decido ir a mi paso.
Días atrás me comentaba una tokiota que el año pasado hizo el Camino Francés compostelano que se había encontrado muchos grupos de españoles. Y es verdad, los españoles suelen hacer el Camino a Santiago en grupos, algunos incluso muy numerosos. Cuando yo hice mi parte del Camino todos los caminantes que encontré que iban como yo solos eran extranjeros (una holandesa, un australiano, un belga, etc.) Este gregarismo es curioso y si bien tendemos a desconfiar de quienes quieren estar solos también deberíamos desconfiar de quienes siempre van acompañados. No saber estar acompañado es tan pernicioso como no saber estar solo.
A veces la compañía se encuentra en los poetas muertos, a veces en la naturaleza, de la misma manera que la soledad se puede encontrar en la multitud.
Después de haber tocado el fin de una larga etapa sería fácil presa de la ociofobia de que hablaba el otro día el psicólogo aquel, Rafael Santandreu, en La Vanguardia. He ido a parar a una vieja afición que le he tenido al dibujo y aunque a todas luces no tengo tampoco talento con las formas y los colores, me entretengo y disfruto. La cháchara de la radio, que siempre me había distraído e interesado, ahora me satura. La literatura ahora me irrita, especialmente la ficción. Quedan muchas cosas de qué disfrutar, claro. Creo que es el proceso natural después de muchos años de haber consumido enormes cantidades de textos. Ese vacío lo tomará mi nueva Marta o lo que quede de la vieja, tanto da.
Los prejueces manejan una información muy limitada y se manejan en el mundo de la apariencia, pero no es raro que brille en sus ojos la perspicacia, de buen conocedor, de tasador o de catador experto. Naturalmente el conocimiento mundano puede dar aciertos como da yerros y, por ejemplo, si alguien supone que no sé apreciar la digitalización porque tengo 55 años lleva parte de razón porque es cierto que tengo 55 años y hasta algo más. Hay prejuicios que revelan no ya ideas preconcebidas sobre la edad o el género, sino que son verdaderas pruebas de discriminación racial o social que revelan creencias y querencias segregacionistas. Y, no nos engañemos, la discriminación tácita, la que se da por sentada, hace tanto o más daño que la que se manifiesta con letreros, leyes, normas.
El aburrimiento y el desengaño me llevan invariablemente a usar mi tiempo en labores de lo que llaman "perfil bajo", de mi disfrute y de la intimidad. También el exceso de opiniones a las que nos vemos sometidos o en el que estamos sumergidos día a día me ha convencido del valor de cuanto no se hace público y vive en las entretelas, de manera que decido ir a mi paso.
Días atrás me comentaba una tokiota que el año pasado hizo el Camino Francés compostelano que se había encontrado muchos grupos de españoles. Y es verdad, los españoles suelen hacer el Camino a Santiago en grupos, algunos incluso muy numerosos. Cuando yo hice mi parte del Camino todos los caminantes que encontré que iban como yo solos eran extranjeros (una holandesa, un australiano, un belga, etc.) Este gregarismo es curioso y si bien tendemos a desconfiar de quienes quieren estar solos también deberíamos desconfiar de quienes siempre van acompañados. No saber estar acompañado es tan pernicioso como no saber estar solo.
A veces la compañía se encuentra en los poetas muertos, a veces en la naturaleza, de la misma manera que la soledad se puede encontrar en la multitud.
Después de haber tocado el fin de una larga etapa sería fácil presa de la ociofobia de que hablaba el otro día el psicólogo aquel, Rafael Santandreu, en La Vanguardia. He ido a parar a una vieja afición que le he tenido al dibujo y aunque a todas luces no tengo tampoco talento con las formas y los colores, me entretengo y disfruto. La cháchara de la radio, que siempre me había distraído e interesado, ahora me satura. La literatura ahora me irrita, especialmente la ficción. Quedan muchas cosas de qué disfrutar, claro. Creo que es el proceso natural después de muchos años de haber consumido enormes cantidades de textos. Ese vacío lo tomará mi nueva Marta o lo que quede de la vieja, tanto da.
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(*)
¡Ai la petita Ixena, voluble com l’amor,
que vols que et creguin muda, la boca ben estreta,
i ta mirada xiscla tan fort com l’oreneta
dessota les pestanyes, serrell del teu candor!
Quan obres la finestra, ja tot el món és clar;
l’olor que t’esperava del roserar, tremola;
la llum et pren la cara i pel teu cos rodola
i ta rialla dins un raig de sol se’n va.
I quan el cel és d’or i cada cosa invita
en el camí i el marge i el tros, sobtadament
sents una esgarrifança del goig d’ésser vivent,
l’esguard xipollejant en la llum infinita.
¡Ah si les albes roses i el branquillons d’abril
i el so de l’ocellada i el riu que s’adelera
poguessin lliberar-te, tu sola, tu primera,
de topar mai el dol, Ixena, més gentil
que les primeres peres que es fan acolorades
llavors que tant s'atarda el sol per la vesant;
les peres jovenetes, penjant extasiades
de cabre justes, dintre la boca d'un infant!
“Les peres jovenetes”
Josep Carner, Els fruits
saborosos
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