6.7.17

Miedo a lo conocido

Ropita tendía: 
adiós me dicen 
las mangas de las camisas. 
Isabel Escudero

"Intenté regular los apartamentos turísticos y me amenazaron de muerte"
Itziar González Virós


l ciclo Sex & Sun de la Filmoteca ayer proyecto "Les vacances de M. Hulot" (Jacques Tati, 1953). Lo de "Sex & Sun" es por el ya indiscutible exceso de turismo en Barcelona. La sesión la abrió Fèlix Pèrez-Hita, que nos contó que al acercarse al Raval desde las Ramblas, para presentar la película, se cruzó con un incidente entre un carterista y un turista. Por lo poco que nos quiso detallar supimos que venía trastornado porque el turista había tenido una reacción muy violenta y ya me imagino el jaleo que se organizó en un momento: el tumulto, el calor, la sangría. La sangría no en el sentido hematológico, claro.
He pasado grandes temporadas de mi vida en las que no había día que no pasara por las Ramblas y siempre me resultaban diferentes. Cada hora tenía su qué, cada día era distinto e irrepetible y siempre el espectáculo estaba asegurado. Últimamente casi nunca voy, más bien la cruzo -como hizo Pèrez-Hita ayer- para pasar del Raval a la parte llamada Gótico y viceversa, y eso poco, evitándolas siempre que puedo.
Podría referirme a una "primera época" de las Ramblas, la de la Barcelona que aún no le había sacado partido ni al Ensanche ni a los edificios Modernistas o La Roca Village. En los años sesenta los turistas iban al monumento a Colón, a la Catedral y al Pueblo Español, pasando por las Fuentes Luminosas y haciendo una escapada al Tibidabo. A mí me habían llevado a las Ramblas cuando hacía escala un barco americano de aquellos de los que desembarcaban de repente 2000 marineros. Yo creo, sin temor a equivocarme, que los marineros se pensaban que el Barrio Chino era Barcelona, que es como pensar que Sankt Pauli es Hamburgo. Los marineros iban en grupos pequeños y llevaban la gorra de marinero raso y su traje de trabajo blanco de tela gruesa, con las perneras ligeramente más anchas que las de los pantalones normales. Como en aquella época no se veían emigrantes ni nada que se les pareciera, les estoy recordando lo más exótico de que soy consciente. Se les veía muy diferentes a nuestros hombres la verdad.
Sabe Dios cómo la fascinación por los marinos se fue ramificando hasta descender a los trajes de comunión con el cuello de peto de la marina holandesa en raso color perla. Hacia 1970 se vio incluso algún niño comulgando de almirante, con chorreras doradas, medallas y sombrero de plato. Sin embargo nunca vi un niño comulgando como general prusiano, aunque sí que se vieron niñas que bien podían pasar por pequeñas Sissís de Baviera en su Primera Comunión. La moda Navy (camisetas de rayas azul-blanco) creo que ha llegado a su apoteosis con Givenchy y  ya no digamos con el macho de Jean-Paul Gaultier, un macho que lo mismo sirve en las campañas publicitarias para fascinar a algunas mujeres que a algunos hombres.
Como vivo cerca de la Casa de los Navarros hoy me crucé con uno, sesentón él, que llevaba su ropa blanca y el pañuelo rojo al cuello mostrando el escudo de Navarra. Aunque este año no he estado para oírlo sé que a eso de las doce hubo chupinazo para abrir también en Barcelona las fiestas de San Fermín. Me figuro, no lo sé, que cada vez habrá menos navarros que celebren aquí la fiesta de este santo patrón. Lo que a mí me ha llevado a incorporar aquí la anécdota es al hilo del traje blanco, lo diferentes que resultan el rollo fechitista navy y el irundarra (antes "pamplonica").
Mi "segunda época" de las Ramblas está relacionada con mis años preuniversitarios, cuando eran tan vistosas. Entonces era fácil ver por el tramo de Santa Mónica puteros con periódicos enrollados en su puño, que supongo que hacían servir para disimular alguna erección inoportuna. Un poco más arriba, por la zona donde hubo el Drugstore era fácil ver los travestis y transexuales, que entonces eran todos conocidos como "travestis". Yo no sé si es casualidad pero siempre que las veía se estaban peleando hasta llegar a las uñas y lo más razonable era alejarse. Era más lo que salía por aquellas bocas, ahora que lo pienso, que no las trompadas que se daban. 
En aquella misma época era muy habitual cruzarse con Ocaña. Más arriba, por encima de la Rambla de las flores y de los pájaros, tocando Canaletas, había unas sillas que se alquilaban, cerca de donde se reúnen los culés espontáneamente. Ya en época de Maragall, o tal vez antes, con Narcís Serra de alcalde, se pusieron unas sillas que se podían usar libremente y durante mucho tiempo la gente no las usaba porque creían que seguían siendo de pago. A esas alturas también eran corrientes los limpiabotas, cuya perímetro de influencia llegaba hasta el bar Zurich o la Avenida de la Luz (hoy Sephora) y salpicaban las Ramblas hasta Colón.
Mi "tercera época" (ya parezco la revista Ajoblanco) fue cuando estudiaba en la calle Hospital y se puede decir que pasaba allí el día y por lo tanto pude apreciar con algo de método los cambios que se producían a lo largo de la jornada, porque alguna regularidad cierta sí que había. Esa época se cerró la noche de San Silvestre de  no recuerdo qué año, en que al pasar por Canaletes descubrimos con horror y preocupación que unos italianos se estaban lanzando botellas de cava vacías. Sinceramente, me pareció pero que muy peligroso porque un golpe con el culo de una botella de esas te puede partir el cráneo o cuando menos dejarte mal parado. Y sinceramente también creo que aquellos muchachos ya tenían mal la cabeza.
En la época en que la arquitecta  Itziar González fue concejala/regidora del distrito de Ciutat Vella yo ya hacía tiempo que había abandonado mis paseos por las Ramblas.
En la película de Tati (Tatischeff) se nos muestra cómo los veraneantes tienen algunos una escasa predisposición para divertirse. Aunque hay muchos caracteres y la escenificación es rica en detalles, como se apoyan en rutinas es fácil darse cuenta de cómo la costumbre los preserva del miedo a lo desconocido y del aburrimiento.
Alguna vez he pasado algunos días en un hostal que podemos equiparar al de Saint Nazaire por su carácter "familiar" y los manteles de cuadritos. También he pasado días en balnearios como el Prats, que se presta a tener una clientela muy fiel que también tiene unos hábitos que es fácil distinguir. Una vez en que disfruté de un viaje organizado con un guía experto, él mismo propuso que siempre nos sentáramos en el autocar que nos hacía los traslados en los mismos asientos. Como lo dijo con mano derecha y con mano izquierda se le obedeció, cuando lo que yo me temí es que se le objetaran razones que cualquiera puede pensar: que hay gente que no le parece mal sentarse una vez al fondo, pero que sí le parece mal sentarse siempre. Pero en definitiva lo que parece lógico es que ese orden establecido y esos ritos que parecemos adoptar para situaciones bien pasajeras tienen su razón de ser en nuestro miedo a dejarnos sorprender y en nuestra necesidad de seguridad.
La contrapartida, todo la tiene, son los turistas que parecen Harrison Ford en busca del arca perdida. Pero eso va en el mismo post que los señores de cincuenta años que se visten como si tuvieran cinco.

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Esta servidora le tiene a veces más miedo a lo conocido que a lo desconocido y para las dos situaciones tengo mis razones. 
La actitud vital de Mr. Hulot, que se lleva una cazamariposas a Saint Nazaire, en plena costa bretona, hoy Pays de la Loire, es toda una metáfora, porque es altamente improbable encontrar por allí mariposas esa época del año.

"Les vacances de Mr. Hulot"

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