18.11.17

Ni más ni menos

En el programa de Julia Otero del gabinete de ayer por la tarde se hablaba del Efecto Dunning-Kruger o del sesgo cognitivo, por el cual algunas personas no perciben bien su competencia real y se sobreestiman a la vez que subestiman a los demás. Precisamente hace poco, el 31 de octubre, Iñaki Gabilondo publicó una colaboración en la SER titulada "Me equivoqué". En ella admitía haberse equivocado con Mariano Rajoy al haberlo subestimado y con Carles Puigdemont al haberlo sobreestimado. Este análisis me pareció formalmente llamativo, porque además Gabilondo no es dado a la pirotecnia verbal y sin embargo es muy expresivo. En el efecto Dunning-Kruger hay un desajuste terrible entre la sobreestimación y la subestimación, y en realidad de lo que se trata es de lo que toda la vida hemos considerado los tontos que no sabemos si no saben que son tontos o que se creen que los demás somos muy tontos. 
De todas las intervenciones destaco la de Juan Adriansens porque dijo algo que sintoniza con lo que yo venía meditando estos días. Dijo que lo preocupante era cuando una persona no sabe hacer su trabajo, el trabajo para el cual ha sido designado. Estoy segura de que a muchos oyentes nos vinieron a la cabeza dos políticos, los dos de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC): Marta Rovira y Gabriel Rufián. A Oriol Junqueras fue Josep Borrell quien lo noqueó en el programa de Cuní, evidenciando que el ex-vicepresident no tenía los conocimientos que se le suponen a quien se encarga de la cartera de Economía. Marta Rovira es mucho más radical y ayer nos disparató el día revelando que el Gobierno de España les había amenazado con una acción directa de opresión brutal para fulminar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). De Marta Rovira también hay unos cuantos vídeos como el que he enlazado de Oriol Junqueras, en los que se hace patente su incompetencia en los grandes temas que rigen cualquier país. 
El caso de Gabriel Rufián es más exorbitado porque participa en el Congreso de los Diputados y lo hace con el aparato típico de un antisistema: camiseta con mensaje, una impresora o unas esposas que muchos corrieron a decir que eran como de sex-shop. Naturalmente lo que Gabriel Rufián pretende es aparecer en las portadas de los principales diarios y que una foto con la impresora o las esposas ruede por internet hasta el final de los días. Pero estos recursos chirrían en un medio parlamentario, donde se supone que hay que hacer y se puede hacer uso de la palabra. Que alguien que tiene la posibilidad de tener voto y también voz, desaproveche esa oportunidad (por la que cobra 8000 euros al mes, dicen) y que use métodos propios de un sistema no democrático, muestra primero un síndrome de Dunning-Kruger severo; segundo, una falta de respeto por la ciudadanía; tercero, que no tiene argumentos. Cuando al salir de allí airado, sin acabar de escuchar la respuesta del ministro Zoido a su interpelación, corrió a escribir tuits, vi que alguien le contestó que escribía como por plantilla. Y es cierto, de hecho siempre escribe el mismo tuit (como yo siempre escribo el mismo post).
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Ayer también miraba las postrimerías jeroglíficas de Juan de Valdés Leal, el encargo de Miguel de Mañara para el Hospital de la Caridad de Sevilla. En la que lleva la filacteria "Finis Gloriae Mundi" (el fin de las glorias mundanas) la balanza tiene en el platillo de la izquierda (Ni más) alegorías de los pecados capitales y la del platillo de la derecha (Ni menos) símbolos de la virtud, la oración y la penitencia. Son todos ellos símbolos muy convencionales, todo un programa iconográfico que nuestro Don Juan viviente mandó encarnar para la edificación de las conciencias. Las esposas de Rufián fueron un símbolo fallido porque lejos de recordar las esposas de un reo  y la pena de prisión lo único que inspiraban era un juguete infantil o sadomasoquista.
Es curioso el lema, ni más ni menos, porque los pecados y las virtudes se representan en una balanza, y porque el Efecto Dunning-Kruger también se podría representar como un desequilibrio entre lo que creemos que somos y lo que en realidad somos, entre lo que creemos que son los demás y lo que en realidad son los demás. Naturalmente si solo opinaran o hablaran quienes saben, todos tendríamos que callar, porque en el fondo nada sabemos (Efecto Sócrates). Hace poco oí que un conocido, que se distingue por su discreción, comentaba de algún político que se defendía como una "buena persona". Según mi conocido, son los demás -la sociedad-  los que tienen que decir de nosotros si somos o no somos buenas personas. Pero aunque admito que eso es cierto también pienso que ni siquiera somos quien para decir quien es buena persona y quien no. De hecho, muchas veces, detrás de afirmaciones como "Es muy buena persona" o "Fulanito es tan inteligente", lo que hay es engreimiento reflejo, alguien que se cree con toda la superioridad moral o intelectual para poder valorar o estimar a los demás. 
Podríamos decir como los musulmanes "Allah es el más sabio" (Allah Al-Hakim).

Juan Valdés Leal, Finis Gloriae Mundi (ca. 1670-1672)

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