15.11.17

Post 1582: Principios y finales

“Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”
Groucho Marx

o recuerdo haber hecho en la enciclopedia sentimental comentario alguno sobre WALL-E (Andrew Stanton), una película de animación que obtuvo un óscar el año 2008 con motivos sobrados. La película está llena de detalles, alguno de ellos cultista, que hacen de su revisión un disfrute completo. Tengo que admitir que la parte que más me gusta es aquella en que aparecen solo WALL-E, EVA y la cucaracha Hal (en homenaje al HAL 9000, el panóptico de 2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). Cuando llegan con la nave Axioma adonde está lo que queda de la humanidad postapocalíptica, deja incluso de interesarme. Ese trozo ni lo recuerdo, sí me acuerdo del final, que es cuando inopinadamente Wall-E es correspondido por EVA.
Para quienes no han podido ver la película, WALL-E sería una especie de tractorcito que vive ajeno al fin de la civilización, en el año 2115, empacando basura y almacenando piezas de un mundo donde ya no existe la vida si no es por una cucaracha que aparece de vez en cuando y alguna tormenta de polvo. Esas tormentas de polvo y el insecto nos recuerdan al arranque de Las uvas de la ira, aunque no se trate de Oklahoma. EVA es una robot exploradora cuya apariencia resulta como de 30 generaciones más moderna que la de WALL-E. 
La segunda imagen que presento es del final de la película, cuando regresan para repoblar la Tierra. Volver a ver el juego Pong de Atari, una videoconsola que —siempre de acuerdo con la Wikipedia— se creó el año 1975, me parece emocionante. Ese juego imitaba el tenis de mesa y se impulsaba con dos botones de rosca. El de la pantalla muestra un puntuador 7999-0 que es del todo inverosímil pero que sirve para señalar la soledad del empacador de basura WALL-E. Juega en solitario. Desde las actuales videoconsolas, Pong debe parecer muy primitiva e incluso puede no parecer una videoconsola. A mí me suena haber jugado con una especie de emulador de Pong de pantalla de fósforo en un salón recreativo que había en Gran Via tocando la Plaza Universidad. Ahora, a los nostálgicos, nos sería posible jugar a Pong en línea en Gratis jugar juegos.
Parece increíble, tal y como empieza la película, que WALL-E consiga la atracción de EVA, cuyo aspecto es de una tecnología muy soft, si la comparamos con la de WALL-E, puro hardware, cuadradote, de color amarillo como la de las grúas de las de antes, con unos ojos que parecen binoculares y ruedas de oruga. Que algo de esto subyace en los dos personajes se deja ver en la otra fotografía que también incluyo hoy, que muestra a WALL-E como un PC y a EVA como un Mac.  Aunque WALL-E hacia el final de la trama se queda accdentalmente desconectado del mundo (como descerebrado), EVA consigue reactivarlo con un impulso eléctrico o beso. Aunque aparentemente esté desvelando el final, creo que la película desborda interés más allá de la parábola amorosa.
Parece que en los guiones convencionales, suele desarrollarse una historia que empieza no muy bien y que tiene un final feliz. No siempre es así y tenemos ejemplos de infinidad de historias de final terrible, que no acaban tan favorablemente como las novelas de Rosamunde Pilcher o las películas de ZDF (Zweites Deutsches Fernsehen) rodadas en Cornualles y Devon  (chico conoce a chica y madre viuda conoce a padre separado, escenario de castillo, mar, flores, pajarillos).
Vista una película de ZDF, vistas todas. Pero tal vez esto nos ocurre a todos. Ayer supe que eso que ahora está según y como de moda en el periodismo —y no me refiero a Gregorio Morán, siempre tan bien documentado— es la prosa cipotuda, y sin embargo mi desconcierto fue entender que el que usaba tal apelativo para referirse a cuatro ejemplos del mismo modelo también estaba escribiendo en cierta manera en prosa cipotuda. El apelativo, sin entrar en consideraciones sobre sí es descriptivo o no, no llego a ver que sea ajustado al estilo que pretende señalar. Seguramente atañe a algún desfase de la testosterona y del alcohol a la vez, no digo que no, pero como término de la crítica literaria y del campo al que pertenece quien lo acuñó, Íñigo F. Lomana, me resulta impropio. De todas maneras no me extrañaría que prosperase y que incluso salieran estilos de secuela.
La vida no se parece a las novelas de Rosamunde Pilcher o a los guiones de ZDF, aunque nos guste tal vez pasar una tarde enñoñecida con un relato romanticón con anillos de compromiso, vino, rosas y bodas dobles. La vida si acaso se parecería a alguna de aquellas series de los principios de TV3, como Gent del barri. Por mi horario nunca pude verla con asiduidad, la veía de higos a peras y mi extrañeza era grande cuando descubría los embrollos que surgían entre personajes alejados y como se complicaba la trama con infidelidades cruzadas varias. Siempre eran los mismos personajes y me pareció que al final todos se habían liado en algún momento entre ellos.
Sé que cuanto acabo de decir es bastante absurdo, pero mi comparación de la vida con guiones como Gent del barri se basa en una experiencia probada de 56 años que son los que ya voy teniendo sobre mis pies. Si acaso tendría que precisar que he observado que a veces hacemos un "papel" que luego vemos representado en otras personas. O que juzgamos mal algo de lo que luego tenemos plena conciencia al experimentarlo en nuestra propia carne. El efecto espejo se llama.
Recientemente un amigo me explicó que se había tenido que ir a vivir a un piso que está al lado de una campanario y que además de oír tocar las horas y las medias y los cuartos, de vez en cuando pasa un tren de la línea del Maresme y también lo oye. La verdad es que me inspiró una cierta preocupación, aunque sé que se acabará acostumbrando. Pero también debo decir que me acordé de que hace cosa de 30 años, cuando él aún no tenía un piso pero yo vivía donde ahora sigo viviendo, me dijo nada más visitarme que lo primero que haría sería tirar todas las paredes y hacer como un loft. Me pareció un poco una insolencia, porque yo no le había preguntado por su opinión ni por una valoración de conjunto de mi piso. Además a duras penas yo podía ir pagando la hipoteca y comer como para pensar en ponerme en reformas que ni siquiera sé si se podrían practicar sin permiso ni con permiso. Supongo que mi amigo ya no se acuerda de sus palabras, yo no se las afeé. Pero alguna vez he pensado que era natural que él, al no haberse independizado de su familia aún, no supiera de todos los inconvenientes y problemas que conlleva montar una vivienda donde se puede estar a gusto, sin goteras ni plagas, etcétera. La vida ya va abriéndonos los ojos a todos, más tarde o más temprano. Y un día fue WALL-E flamante y otro día será EVA pura chatarra inservible.
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Otro de los homenajes de Stanton a los años 70 es un vídeo que tiene WALL-E en su casa. Lo tiene guardado en una tostadora. Inserta el VHS en una especie de verdulera de frigorífico que está conectada a un I-pod. Como la pantalla del reproductor multimedia es muy pequeña superpone una lupa-pantalla como las de las consolas Sega de los años catapún chimpún. Estos avances y retrocesos paradójicos de la tecnología ya los describe Umberto Eco en De la estupidez a la locura, cuando nos advierte de que en algún momento se nos hará pagar por descargar un programa inferior o más antiguo que el que lleva un ordenador de fábrica. A través de la pantalla se ve una escena de Hello, Dolly!, un musical en el que participa el inefable Michael Crawford, actor que en Cataluña conocemos sobre todo por su papel de ingenuo con altísima siniestralidad en N'hi ha que neixen estrellats (Some Mothers Do 'Ave 'Em).
Así como el cine ha incorporado a veces todos esos elementos de la tecnología y los hace palpitar en una historia con jugo y corazón, no sé si los vídeojuegos han sabido o querido o podido incorporar ese reflejo metafísico. Desde fuera o desde lejos no les veo ese atractivo, aunque sé que sí introducen el humor, que ya es algo. Como hace años se suele decir que en realidad ahora el cine donde obtiene sus ganancias es en los juegos y que las películas convencionales no son más que su lanzamiento, mejor me callo.

Fotograma de WALL-E con el juego Pong de Atari

Escena de WALL-E en su casa

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