22.12.17

El retrato de Miguel Hernández


n la serie de retratos que voy a ir incorporando al Álbum del tiempo quiero que de los primeros sea el de Miguel Hernández que le hizo Antonio Buero Vallejo a lápiz  cuando coincidieron en el penal madrileño de Conde de Toreno en el año 1940. Había sido el convento de las Capuchinas. Estaba situado en Malasaña. Miguel Hernández envió el dibujo a su mujer, Josefina Manresa. Pero años después dijo ella: "Por desgracia me desapareció este dibujo en la visita que me hizo Juan Guerrero Zamora cuando vino a Cox, donde yo vivía entonces, a recoger datos para la biografía que estaba preparando sobre Miguel. Lo puso en la biografía y ya no me lo devolvió, a pesar de que le escribí pidiéndoselo, el cual no me contestó. Me devolvió el dibujo en que está Miguel de cuerpo presente y todos los retratos que yo le había dejado para la biografía, menos éste".  
Josefina Manresa falleció el año 1987, Juan Guerrero Zamora el año 2002 y su viuda, Nuria Torray, murió dos años después.
La prosopografía que hizo Vicente Aleixandre en su semblanza sobre el poeta la copio a continuación:
"Algo tenía en esas horas que le hacía aparecer como si siempre llegase de bañarse en el río. Y muchos días de eso llegaba, efectivamente. Mi casa estaba al borde de la ciudad. "¿De dónde vienes, Miguel?" "¡Del río!", contestaba con voz fresquísima. Y allí estaba, recién emergido, riendo, con su doble fila de dientes blancos, con su cara atezada y sobria, su cabeza pelada y su mechoncillo sobre la frente.
Calzaba entonces alpargatas, no sólo por su limpia pobreza, sino porque era el calzado natural a que su pie se acostumbró de chiquillo y que él recuperaba en cuanto la estación madrileña se lo consentía. Llegaba en mangas de camisa, sin corbata ni cuello, casi mojado aún de su chapuzón en la corriente. Unos ojos azules, como dos piedras límpidas sobre las que el agua hubiese pasado durante años, brillaban en la faz térrea, arcilla pura, donde la dentadura blanca, blanquísima, contrastaba con violencia como, efectivamente, una irrupción de espuma sobre una tierra ocre.
La cabeza, de la que él había echado abajo el cabello sobrante en otros, era redonda y tenía un viso acerado en su pelo corto, con un signo de energía en el remolino de la frente, corroborado en los pómulos saledizos, pero desmentido en su entrecejo limpio, como si quisiera abrir una mirada cándida sobre el mundo entero que en él correspondiese". (*)
Los ojos azules de Miguel Hernández, que no se cerraron ni a su muerte, también son un motivo de la Elegía que le escribió Aleixandre, quien también  vivió, vio y miró desde sus dos ojos azules y claros. Y sin embargo, la imagen que tenemos todos es la de ese rostro moreno, despierto y limpio que dibujó Buero.
Esa coincidencia de tres nombres, los dos poetas y el de quien luego sería dramaturgo, ha coincidido a su vez con la película que proyectaron ayer en la Filmoteca de Catalunya, Le cercle rouge (Jean-Pierre Melville, 1970). Y no lo digo porque también hubiera dos ex-presidiarios (Alain Delon como Corey y Gian-Maria Volontè como Vogel). De hecho también Vicente Aleixandre estuvo en la cárcel, aunque al poco tiempo de su ingreso fue liberado gracias a la intervención de Pablo Neruda. No lo digo por eso, lo digo porque al principio de la película, antes incluso que los créditos, se nos indica una frase de Gautama: “Si unos hombres, incluso sin saberlo, se han de encontrar un día; a pesar de lo que les suceda, a pesar de los caminos que sigan, en la fecha señalada, inevitablemente, se reunirán en el círculo rojo”.  También me ha inspirado tal superposición de realidades el parecido —por su elegancia— entre Yves Montand y Vicente Aleixandre. 
A pesar de que Yves Montand (Jansen) entra en escena en una habitación desaliñada y en pleno delirium tremens, rodeado de ratas, hay cerca uno de aquellos maravillosos baúles de viaje (malle de voyage) de Louis Vuitton. Cuando el ex-policía es requerido como experto tirador lo vemos transfigurado y vestido con unos trajes, abrigos y sombreros impecables, y un buen porte. Corey, Vogel y Jansen planean robar lo que muy bien podría ser la joyería Boucheron, en la Place Vendôme. No estoy segura. Las siluetas de Alain Delon y de Volontè recortadas en los tejados con la columna Vendôme y el cielo de fondo expresan bien los equilibrios de dos hombres que tienen todo en contra. Los tres criminales acaban abatidos en un tiroteo durante su persecución.  Los tres escritores corrieron suertes diversas, como se sabe.

Miguel Hernández dibujado por Antonio Buero Vallejo (1940)

Vicente Aleixandre ante la tumba de Miguel Hernández en el cementerio de Alicante

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(*) Vicente Aleixandre, "Evocación de Miguel Hernández", Los encuentros (1954-1958)


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