23.12.17

Post 1596: La sonrisa de Valle-Inclán

"Yo sólo me fijo en Rubén Darío, que oye estático, y en Valle-Inclán, que recita metido. Rubén Darío, recién pelado, bigotito claro, saqué negro y negro sombrero de media copa, totalidad estropeada, soñolienta, perdida; Valle, melena larga untuosa, barba alambresca larga, quevedos gordos, pantalón blanco y negro a cuadros, levita café y sombrero humo de tubo, rozado, deslucido todo. Rubén Darío estalla sus galas diplomáticas brillosas; a Valle la gala opaca funeral sin destino le sobra y le cuelga por todas partes, Rubén Darío, botarga, pasta, plasta, no dice más que "admirable" y sonríe un poco linealmente, más con los ojillos mongoles que con la boca fruncida. Valle, liso, hueco, vertical, lee, sonríe abierto, habla, sonríe, grita, sonríe, aspaventea, sonríe, se levanta, sonríe, va y viene, tropieza, se enreda sin solución, sonríe, entra y sale. Salen."
Juan Ramón Jiménez, Castillo de quema, "El Sol" (1936) (*)

xtrañará que Juan Ramón Jiménez escribiera un doble retrato o un retrato conjunto de Valle-Inclán y Rubén Darío, a no ser que sepamos la anécdota tantas veces repetida de la "princesa Paca", Francisca Sánchez, la abuela de la periodista Rosa Villacastín. Un día en que paseaban Valle-Inclán y Rubén Darío por la Casa de Campo se encontraron con Paca, que era hija de un jardinero y allí en ese preciso momento se enamoraron el poeta nicaragüense y ella: “En su segundo viaje a España Rubén conoce a Francisca Sánchez, a la sumisa aldeana de Navalsaúz que sería su compañera sencilla devota ejemplar enfermera [...] a quien llamaría Rubén hermana enfermera, a quien rinde admiración y provee de hijos: "Yo era hija de un guardia de la casa de campo. Había ido allí como todas las mañanas a llevarle la comida a mi padre y de pronto me encontré con dos señores que me observaban y me llamaron. Primero me fijé en el de la barba grande que estaba manco Era don Ramón del Valle-Inclán. ¡Qué apuesto era! Pero el otro me miraba de una manera tan fija… Tenía una cara extraña, no parecía español. Era él. Era Rubén. Luego nos enamoramos y ya ve usted”. Estas palabras están transcritas de un documental de RTVE, Obra y vida de Ruben Darío (00:13:23), y no sé si son una recreación, si proceden de algún escrito de Paca, o qué. En cualquier caso nos sitúan del todo el retrato de Juan Ramón Jiménez, ya que de otra manera (yo al menos) no entenderíamos porqué nos hace una semblanza de los dos autores a la vez.
Que se conocieron Valle-Inclán y Rubén Darío el año 1899 es algo que aparece en todo internet, la fecha del soneto en alejandrinos que el poeta dedicó al gallego, no aparece en ningún sitio por lo menos fácilmente. Está datado en 1907. Prologa los Aromas de leyenda. Así como ayer señalaba que todos quienes conocieron a Miguel Hernández lo caracterizaban por sus ojos azules, hay que decir que tanto Juan Ramón Jiménez como Rubén Darío en ese soneto se refieren a la sonrisa de Valle-Inclán, de la que sin embargo no tenemos una imagen que lo atestigüe. En el retrato que incorporo al álbum hoy se esboza más en la mirada que en la boca, que la barba y el bigote ocultan, una sonrisa que reconocemos como auténtica. También me parece llamativo que Paca considerara "apuesto" a Valle-Inclán.
Cuando se hayan muerto todos cuantos hubieran podido conocer a Valle-Inclán, si es que aún quedara alguien, no habrá quien nos hable de su sonrisa no ser por esas dos menciones y alguna más que pueda haber por ahí. La que recuerdo de Azorín nada dice de la sonrisa. La anécdota de cómo perdió el brazo, y otros elementos de su fisonomía, como la melena, la larga barba, la foto más famosa (la de Alfonso) nos distraen de ese rasgo que todo lo abarca. Y es que es verdad que una sonrisa arrastra e inunda la musculatura de todo el cuerpo, como tan claramente vemos en los niños.
Y hablando de niños, cuenta Rosa Villacastín que en los primeros encuentros de su abuela y Rubén Darío Valle-Inclán se encargaba de los niños para que pudieran estar solos. Supongo que los niños estaban a cargo de Paca, pero ese dato tal vez está en el libro que su nieta escribió. En cualquier caso la imagen me parece muy distinta de lo que podía dar a entender la figura del dramaturgo, algo extraña para la media.

Este gran don Ramón, de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura,
parece un viejo dios, altanero y esquivo.
que se animase en la frialdad de su escultura.

El cobre de sus ojos por instantes fulgura
y da una llama roja tras un ramo de olivo.
Tengo la sensación de que siento y que vivo
 a su lado una vida más intensa y más dura.

Este gran don Ramón de Valle-Inclán me inquieta,
y a través del zodiaco de mis versos actuales
se me esfuma en radiosas visiones del poeta,

o se me rompe en un fracaso de cristales.
Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta
que le lanzan los siete pecados capitales.

Rubén Darío, Soneto. Para el Sr. D. Ramón del Valle-Inclán
*
Ramón María del Valle-Inclán

Aromas de leyenda en Archive.org

_____
(*) Citado en El retrato literario (antología). Selección, estudio y notas de Ricardo
Senabre. (Salamanca: Ediciones Colegio de España, 1997): 142

(c)SafeCreative =1712235171057  (2022: 2212172887480)