28.9.13

La ley de la oferta y la demanda


Tres moças cantavan d' amor,
mui fremosinhas pastores,
mui coytadas dus amores.
E diss' end' unha, mha senhor:
 ―«Dized' amigas comigo
o cantar do meu amigo».

Lourenço xograr, Tres moças cantavan d'amor


scucho la cantiga 160 de Alfonso X el Sabio, con ese fondo de bajo continuo de zanfona que me permite desprenderme de los estragos del zumbido y la resonancia que me acompaña cada noche desde hace meses, el aire acondicionado de los vecinos. Si los aparatos vibraran al menos en un tono benéfico, y ya no digo un La mayor sino algo más apaciguador... También escucho "Tres moças cantavan d'amor" del juglar Lourenço, cantada por Paulina Ceremuzynska, apellido polaco donde los haya. Una pieza del siglo XIII también que sirve como botón de muestra de la cima de un idioma. Después vinieron los séculos oscuros por lo menos para el gallego. El profesor Basilio Losada explicaba en sus clases de Literatura gallega del Rexurdimento los factores que empujaron el gallego, que había sido incluso la lengua de cultura de Castilla, hacia su uso en las clases más bajas, donde resistió hasta que TVG lo ha convertido en algo que me produce bascas. El exilio a Portugal y Andalucía de la nobleza gallega descapitalizó el Reino. Que nuestro Lourenço fuera xograr o jograr (galaico o portugués),  lo que es a mí poco me importa.
Losada, que no leía sus clases, sino que las daba, a pesar de que les hablo de hace mucho tiempo, consiguió por su forma de exponer los temas, que prácticamente luego no hubiera que estudiarlos. Recuerdo vivamente su relato y que una de las razones que hundieron el gallego fue el traslado de los tribunales más importantes a Valladolid, de manera que nadie quería iniciar un proceso en gallego puesto que si se tenía que llevar a una instancia superior (Valladolid), el proceso tenía que ser traducido al castellano, encareciendo las costas ya les diré cómo. Así que ya de primera instancia se movía todo el papelorio en castellano.
La oralidad, que se ha desvirtuado notablemente en los últimos años no ya en los púlpitos, sino -como dejé entrever- en las aulas, podría haber encontrado su amparo en las televisiones y en los juzgados, pero no estoy tan segura de que lo que allí se dirime se pueda presentar como buena dicción, un lenguaje llevado hasta su máxima expresión y un modelo de argumentación retórica. Y cuando digo retórica lo digo en el buen sentido, no en el que le ha quedado, de vacuidad o prosopopeya. 
En los mismos juzgados, en Santiago de Compostela, se han visto o están viendo los casos del robo del Códice Calixtino, las tramas de corrupción política, el accidente ferroviario de la curva de Angrois y el caso de la niña supuestamente asesinada por sus padres, Asunta Fong-Yang Basterra Porto. Yo uso la expresión "Vaites, vaites", que creo que se puede traducir como "vaya, vaya", en el mismo sentido que la usa mi tía Dolores, que es cuando algo reta todo comentario. Y eso que los diccionarios relacionan la expresión con la duda y la desconfianza, pero para mí es una interjección para indicar que aquello a lo que nos referimos es una barbaridad, una atrocidad ignominiosa. 
Las palabras no alcanzan a representar la chapuza de José Manuel Fernández Castiñeiras, el electricista, también conocido como "Manoliño do Rego", que tenía el manuscrito medieval en un garage, si no recuerdo mal en un balde. El tráfico de influencias de otro gallego, que pasó de ser el que servía el café a sus correligionarios en el partido a ser Ministro de Fomento del Gobierno de España, quedó en nada. En su último cargo precisamente pudo inaugurar la línea tan defectuosa que se convirtió en el culebrón de este verano. Pero parece que de todos los casos el que más nos horroriza es el de la niña china, sea cual sea el móvil que hubo, económico casi seguramente. De todos los parricidios, tal vez el de descendientes parece el más horrible, pero no se trata de que aquí sepamos demostrar si es peor matar a una madre o a una hija. En cualquier caso en los juzgados como en los hospitales e incipientemente en las escuelas, se toma un pulso de la realidad que los sempiternos novelistas de la Guerra Civil eluden. 
Aparte de la irresponsabilidad e incompetencia literarias que refleja esa franja de monotemáticos rencorosos, por quienes parece que nunca pasó la Transición, ¿a quién vamos a dejar el relato de nuestra actualidad? ¿A los historiadores de dentro de 100 años, si los hubiera? ¿A quienes intenten desbrozar las hemerotecas de toda la ganga clientelista? ¿A la lista de tuits ocurrentes de ese corral de garzas hipogonádicas y desgañitadas en que a veces se convierte el patio de Twitter? ¿Qué quedará de nosotros? Y no me contesten con las 50 mejores canciones del siglo o las frases más citadas de Facebook, se lo ruego. No debemos dar nuestras vidas por perdidas.

En posts anteriores hemos visto la ley del péndulo (La mejor cosa del mundo), la ley de Murphy (Juzgados por la ley de Murphy (1)), la del mínimo esfuerzo (Otra ley), la de atracción (La realidad y el deseo), el juicio canguro, las leyes de Clarke, la de Paretto y supongo que hasta la ley del más fuerte, la de la selva y la ley hecha trampa. Faltaba la ley de la oferta y la demanda.

"Visitors at village on the Lake Sevan" (Armenia, 1972) de Henri Cartier-Bresson

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